Nuevos reclamos, nuevos sujetos, otra indignación

La marcha universitaria y Javier Milei Alfredo Sábat

Cinco meses atrás la discusión giraba alrededor de la supervivencia de la universidad pública; ahora el panorama fue muy distinto: la principal reivindicación fue salarial

Autor: Carlos Pagni LA NACION - 03/10/2024



Dos veces no te has de bañar en el mismo río. La movilización universitaria de este miércoles tuvo un aire de familia con la que se realizó el 23 de abril. Pero sólo eso. Un lejano parecido. Los sujetos de la protesta cambiaron y cambiaron sus reclamos. También el Gobierno es otro ante los problemas de la educación superior.

La marcha de ayer fue menos multitudinaria que la anterior. Cinco meses atrás la discusión giraba alrededor de la supervivencia de la universidad pública. Los rectores y decanos encendieron alarmas ante una parálisis derivada de la falta de recursos para el funcionamiento elemental de esos centros de estudio. En muchos de ellos se apagaban las luces para alertar sobre las dramáticas derivaciones de la falta de fondos. Ese clima motivó a miles de estudiantes, muchísimos de ellos despolitizados, a salir a la calle en defensa de su propio futuro.

Este miércoles, el panorama fue muy distinto. La principal reivindicación fue salarial. Por eso los protagonistas centrales fueron los sindicatos. Y la marcha fue más organizada y menos transversal. El reclamo puede ser legítimo, pero es mucho menos interpelante. El economista Fernando Marull consignó que el sueldo de un docente de la UBA diplomado con una maestría, con dedicación exclusiva y 20 años de antigüedad pasó, en términos reales, de 2.973.646 pesos, en noviembre de 20223, a 2.286.009 pesos en julio de este año. Es decir, un recorte del 23%. Conviene recordar que cada universidad tiene su propia escala salarial. Varias de ellas remuneran a sus profesores mejor que la UBA. Pero los docentes con 20 años de antigüedad cobran, promedio, 1.000.000 de pesos por mes.

Una encuesta reciente del sociólogo Hugo Haime reveló que 69% de los consultados está en desacuerdo con que Javier Milei vete la ley que garantiza estabilidad presupuestaria a las universidades nacionales y prefiere que los recortes se hagan en otras áreas del Estado. La educación superior sigue siendo uno de los valores que pretenden custodiar, sobre todo, los sectores medios. Pero ayer no había la indignación de abril. Entre otras razones, porque también el Gobierno cambió de posición y giró los fondos para cubrir los costos de funcionamiento que, en otoño, habían insinuado un colapso.

La Casa Rosada calibraba anoche la dimensión e intensidad de esta última movilización con la mirada puesta en la operación parlamentaria. ¿Qué efecto emocional tendrá sobre los diputados y senadores que deben decidir si reúnen los dos tercios para doblegar el veto del Presidente? La respuesta está en el Boletín Oficial de hoy: allí se publicó el veto a la Ley de Financiamiento Universitario.

Es muy posible que esta vez Milei deba asimilar la insistencia del Congreso para que la norma quede vigente.

El bloque de diputados radicales adoptó una decisión relevante: sus integrantes votarán qué conducta adoptar y los que pierdan acatarán la decisión de la mayoría. Ganará la oposición al veto y eso complica la aritmética del Poder Ejecutivo. El método elegido por la UCR va más allá de esta discusión. Se aplicará también en el debate sobre la privatización de Aerolíneas Argentinas. Y allí se impondrá acompañar a Milei. Es una información estratégica. En todo este juego sólo queda por despejar una incógnita: qué disciplina está dispuesto a aceptar el tucumano Mariano Campero, en trance de sumarse a las Fuerzas del Cielo. Federico Tournier es otro miembro de la bancada radical, pero como extrapartidario: es un liberal de Corrientes que acompañará al oficialismo que, de todos modos, quedará acorralado. El discurso para salir al encuentro de este desafío quedó delineado ayer: el Presidente identificó a Martín Lousteau, Horacio Rodríguez Larreta y Elisa Carrió como integrantes de una coalición opositora de la que también participan, aquí está la gracia, Cristina Kirchner y Sergio Massa.

La obstinación de Milei para enfrentar la ley universitaria obedece al corazón de su política. El ancla del oficialismo es fiscal. Por lo tanto, lo fiscal se vuelve dogma. No se puede negociar. Una manera bastante obvia de pensar esa rigidez es que el Gobierno le sigue hablando a los mercados, que son los que más aprecian el objetivo del déficit cero. El electorado todavía deberá esperar. Esta visión no es, sin embargo, la del oficialismo.

En el núcleo del gabinete están convencidos de que la preservación del equilibrio fiscal comienza a ser un valor que se populariza. Una ensoñación que les hace recordar el criterio de Felipe González: “El déficit no es de derecha ni de izquierda. Es malo, en cualquier caso. La derecha se distingue de la izquierda en como asigna las prioridades de gasto y en cómo distribuye la carga impositiva. Pero el orden del Tesoro no puede ser materia de discusión”. En la encuesta de Haime, un 26% apoyaba la posición fiscalista del Gobierno, con un detalle: el 69% que se alineaba con los universitarios admitía que había que hacer recortes, pero de otras partidas. Esa es la razón por la cual Milei y sus colaboradores principales apuestan a confrontar con el reclamo universitario.

Se podrá decir, con un criterio convencional, que la demanda que enfrentan es muy pequeña, mucho más inofensiva que la que comprometía la mejora a los jubilados. Dicho de otro modo: que no cuesta nada ceder. Pero es por eso mismo, por el escaso impacto que tendría sobre las cuentas públicas una concesión, que la obcecación tiene un significado simbólico, político. Milei quiere pararse frente a la corporación universitaria como Carlos Menem lo hizo ante los sindicatos ferroviarios cuando dictaminó “ramal que para, ramal que cierra”. O como el radical Ramón Mestre, por entonces intendente de Córdoba, enfrentó a los empleados municipales que hacían una huelga de hambre frente a su despacho diciendo “se irán muriendo y los iremos enterrando”. Si se prefiere la escala internacional, Milei sueña en colores con aquel Ronald Reagan que enfrentó a los gremios aeronáuticos soportando la paralización de los vuelos, o con Margaret Thatcher, en un duelo con los mineros que duró un año completo. “Cada ciudad recibe su forma del desierto al que se opone” escribió Ítalo Calvino.

La batalla que pretende dar Milei en este terreno debe todavía envolverse en un relato. El Gobierno aspira a presentar a su adversario no como una legión de alumnos que buscan en las universidades la vía virtuosa para la promoción social, sino como una burbuja corporativa ajena a las penurias del resto del país. Por eso la agenda de este conflicto ya no es, visto desde el oficialismo, la gratuidad de los estudios ni el ingreso irrestricto. Lo que se pone en cuestión, acaso por primera vez en décadas, es la autonomía universitaria. Ejemplo: la Sigen, que conduce Miguel Blanco, ya lleva firmados convenios con 26 universidades de un total de 62, para establecer sistemas de controles internos. La UBA, aclaran en esa sindicatura, no quiso suscribir ese acuerdo. La Sigen está avanzando hacia un campo minado. En lo que va del año hizo un relevamiento de los contratos que se celebraron entre las universidades y organismos de la administración pública para establecer distintas modalidades de asistencia técnica. Son 2245 acuerdos, de los cuales 354 corresponden a la UBA. Los auditores pretenden revisar la ejecución de esos convenios, determinar si cumplieron sus objetivos y, sobre todo, si se aplicaron los fondos correspondientes de manera correcta. Son aspiraciones que amenazan un régimen de prácticas muy opaco, que ha dotado a la conducción de las universidades de una recaudación incalculable, y ha servido para que muchas dependencias del Estado puedan ocultar la corrupción a través de supervisiones complacientes.

Milei encara estas batallas respaldándose en una convicción: no hay fuerza política alguna capaz de capitalizar el descontento social. La presencia de Nayib Bukele en Buenos Aires reforzó esa convicción. El presidente salvadoreño y su comitiva se reunieron con el gabinete nacional, encabezado por el Presidente. Bukele se presentó allí como un clon de Milei, en el sentido de que ambos son la expresión de un naufragio de la clase política tradicional. Por eso, dijo, se puede avanzar en ajustes inconcebibles en otras circunstancias: “Hoy no encuentro a ninguna fuerza política en la Argentina que pueda seducir al pueblo con ideas contrarias a las del Gobierno. Es lo que me sucede a mí en mi país”. El huésped centroamericano fue más específico: informó a los extasiados funcionarios argentinos que él ha sido el presidente que más leyes vetó en la historia de su país. Milei y Bukele tienen una afinidad muy evidente: un aprecio incondicional por las fuerzas del mercado y un desdén de la misma dimensión por los procedimientos institucionales. También en ambos hay un sentimiento nacionalista muy marcado, más común en expresiones populistas que en fuerzas de corte liberal. Esa inclinación quedó registrada con toda claridad en el discurso que Milei pronunció ante la Asamblea General de la ONU. A propósito de esa presentación: ¿a nadie le llamó la atención el extraordinario parecido entre un párrafo de esa pieza y un parlamento del presidente Josiah Bartlet en uno de los capítulos de la serie The West Wing?

Milei: “Creemos en la defensa de la vida de todos; creemos en la defensa de la propiedad de todos; creemos en la libertad de expresión para todos; creemos en la libertad de culto para todos; creemos en la libertad de comercio para todos y creemos en los gobiernos limitados, todos ellos. Y como en estos tiempos lo que sucede en un país impacta rápidamente en otros, creemos que todos los pueblos deben vivir libres de la tiranía y la opresión, ya sea que tome forma de opresión política, de esclavitud económica o de fanatismo religioso. Esa idea fundamental no debe quedarse en meras palabras; tiene que ser apoyada en los hechos, diplomáticamente, económicamente y materialmente, a través de la fuerza conjunta de todos los países, que defendemos la libertad”.

Bartlet: “Estamos a favor de la libertad de expresión en todas partes. Estamos a favor de la libertad de culto en todas partes. Estamos a favor de la libertad de aprender... para todos. Y como en nuestra época, se puede construir una bomba en nuestro país y traerla al mío, lo que ocurra en nuestro país es asunto mío. Por eso estamos a favor de la libertad frente a la tiranía, en todas partes, ya sea bajo la apariencia de opresión política, Toby, o esclavitud económica, Josh, o fanatismo religioso, C.J. Esa idea fundamental no se puede afrontar simplemente con nuestro apoyo. Hay que afrontarla con nuestra fuerza. Diplomática, económica y materialmente”.

Es evidente que “El Mago del Kremlin”, Santiago Caputo, responsable último de la comunicación presidencial, tuvo una racha de haraganería en la elaboración del discurso. Por otra parte, la proximidad entre Milei y Bartlet no va más allá de la retórica. El protagonista de la serie era un presidente tolerante y conciliador.

El duelo entre el Gobierno y la dirigencia universitaria no debería ocultar que ese conflicto educativo se ha transformado en la coartada para algunas asociaciones imprevistas. Ayer en la concentración universitaria confluyeron sectores de la UCR y del peronismo porteños que vienen combinando iniciativas en otros renglones de la agenda política y, sobre todo, parlamentaria. Es un fenómeno que no debería llamar la atención sólo del oficialismo. También afecta a los Macri porque podría alterar la configuración del tablero electoral de la ciudad.

Ese mapa se está remodelando por la intervención de otros actores. Jorge Macri debió aprobar el nuevo código urbanístico de la Ciudad con la abstención de los legisladores de Patricia Bullrich y la oposición de los que responden a Karina Milei. En la provincia de Buenos Aires, los legisladores de Bullrich se asociaron a los de La Libertad Avanza, tomando distancia del resto del Pro.

Estos movimientos ocasionales podrían multiplicarse por una modificación estructural de gran alcance. El sistema de boleta única para las elecciones nacionales es una bomba de profundidad cuyos importantes efectos sobre el sistema político se irán viendo con el paso del tiempo. Uno de ellos es que desacopla las elecciones de la Nación con las de las provincias. En el caso de la de Buenos Aires las derivaciones pueden ser llamativas. El peso de los liderazgos nacionales en la formulación de la oferta provincial disminuirá muchísimo. Serán, en cambio, los intendentes, por su peso territorial, los que llevarán la voz cantante en la confección de las listas de diputados y senadores de las legislaturas locales. También de la candidatura a gobernador, llegado el caso. Al mismo tiempo, como el sistema impide que se vote a un partido en todas las categorías, habrá un festival de votos cruzados. Combinatorias que antes exigían el corte de la boleta, ahora se podrán hacer con sólo marcar a los cabezas de lista de cada nivel de representación. Otra novedad: del elenco de candidatos se conocerán sólo los primeros de la lista. Lo demás quedarán en el misterio. Un paraíso para ciudadanos impresentables que aspiren a capturar una banca. Está lleno de ese tipo de ejemplares. Sin llegar al extremo aberrante de Mario Schechtel, el “Monstruo de Dorrego”, que violó a una chica de 10 años para después prenderla fuego. Compite en una lista cercana a La Libertad Avanza para conducir la Universidad Nacional del Sur, en Bahía Blanca. Paradójica encarnación de los ideales del oficialismo: la transparencia universitaria y la emancipación de la política de las garras de “la casta”.