La narrativa de Milei sufre el desgaste de una realidad indomable.
La última secuencia de apariciones públicas mostraron al Presidente falto de sintonía con un contexto social marcado por el índice de pobreza y varios frentes de conflicto; el gabinete, cada vez más hegemonizado por Santiago Caputo
Autor: Jorge Liotti LA NACION - 29/09/2024
En la primera escena, el presidente Javier Milei organiza un asado de reminiscencia menemista en la quinta de Olivos para festejar con los “87 héroes” la resistencia del veto que limitó el aumento de los jubilados, el sector más afectado por el ajuste fiscal. En la segunda, el mismo mandatario rompe la tradición y concurre al Congreso para presentar el presupuesto 2025, un domingo a la noche, y lo transmite a través de una cadena nacional de reminiscencia kirchnerista, en una extraña versión analógica de una figura que creció en la libre circulación de las redes sociales. En la tercera, el personaje viaja fugazmente a una Córdoba sacudida por los incendios, se saca unas fotos vestido con campera militar sin exponerse al contacto directo con los damnificados ni con los bomberos que estuvieron tratando de paliar la situación. En la cuarta, el protagonista sale sonriente al balcón de la Casa Rosada con Susana Giménez, pocos minutos después de que se difundiera la cifra más alta de pobreza en 20 años. Y ayer, en la quinta escena, Milei desempolva la campera negra y vuelve al formato candidato en un acto con toques muy peronistas para cerrar una semana muy difícil.
A partir de esta secuencia que se desarrolló en los últimos diez días, se abren dos interrogantes de profundo calado para la construcción de un presidente que sustenta su caudal político en la adhesión mayoritaria de la sociedad. La primera: ¿extravió Milei el agudo sensor del humor social, que había sido su gran activo durante su ascenso al poder y sus primeros meses de gestión? Aparece allí una advertencia para una estrategia comunicacional que se acostumbró a imponer los temas de conversación y que enfrenta ahora el desafío de adaptarla a una realidad caótica. La segunda: ¿la narrativa original, basada en la defensa irrestricta del ajuste y la lucha contra la “casta”, está exhibiendo un desgaste ante las dificultades del Gobierno para exponer una recuperación económica vigorosa? El discurso libertario se apoya en el rechazo al pasado y se esfuerza por mantener vigente la promesa de un futuro mejor; pero le está faltando presente. Y frente a este dilema, su relato empieza a demostrar que cumplió su vida útil. Quizás también algunas formas.
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