Milei activó los airbags cuando se encendieron las luces de alerta.
Asumió que no podía exponerse a otra semana negra e intervino en persona para hacer reaccionar a su equipo; la preocupación por Francos y el ultimátum de Macri
Autor: Jorge Liotti LA NACION - 01/09/2024
Todavía imperaba el calor intenso que rige en los febreros. El presidente Javier Milei dejó por un rato la quinta de Olivos y se trasladó a terreno “neutral”, un departamento en el centro porteño. Allí había citado al vicepresidente de la Corte Suprema, Carlos Rosenkrantz. Estaba enojado porque el mega DNU que había firmado dos meses antes, y que había sido judicializado, no era ratificado por el máximo tribunal. Visiblemente ofuscado, apenas se saludaron, Milei le enrostró su demanda: “Quiero que esto salga ya. A mí me votó la gente”. Era la primera vez que se veían y ya el diálogo estaba tenso. El juez, hombre de rostro adusto por naturaleza, le respondió: “No nos gusta ser árbitros de la república si no es agonalmente necesario. No hablo de casos particulares. Estamos en tiempos normales para fallar”.
Al presidente le quedó claro que el DNU no tenía destino allí y aprovechó para comentarle su intención de proponer dos nombres para la Corte, que admitió que le había sugerido Ricardo Lorenzetti, con quien se jactó de conversar con frecuencia. Eran Ariel Lijo y Miguel Licht, actual presidente del Tribunal Fiscal de la Nación. Rosencrantz le dejó en claro que para él la incorporación de Lijo iba a desprestigiar al tribunal y desnaturalizar los valores que creían defender. La conversación no progresó. Fue la última vez que se vieron. Milei asumió que había fracasado su intento por reorientar a una Corte “opositora” a la que le atribuye la intención de disputarle su poder. A las pocas semanas, Milei propuso a Lijo y, aconsejado por Santiago Caputo, cambió a Licht por Manuel García-Mansilla. Optó por el desembarco. Y allí está hoy, empantanado en las puertas de Leningrado.
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