Inversión extranjera: historia de una catástrofe.
La Argentina ha sido una economía que ha expulsado capitales durante muchos lustros. Recuperar su atracción a través de regímenes generosos aparece como una estrategia apropiada.
Autor: Marcelo Elizondo para Clarin. ( * ) - 23/08/2024
El “Régimen de incentivo para las grandes inversiones” (RIGI) incluido en la denominada “Ley Bases” tiene como una de sus metas la creación de incentivos para la formación de inversión extranjera directa.
Si bien el objeto de la norma es la inversión en general (no solo la extranjera) la Argentina ha sido una economía que ha expulsado capitales durante muchos lustros, por lo que buena parte de la inversión a ser atraída será extranjera o tendrá parcialmente un componente extranjero.
Mucho se ha discutido sobre si la gran dimensión de los incentivos previstos en esta norma es necesaria. Pues una respuesta posible es que, considerando el dramático desacople del proceso de inversión extranjera mundial que ha vivido Argentina como consecuencia de una agresividad regulativa contraria a la inversión ocurrida en lo transcurrido del siglo, esa atracción a través de regímenes generosos aparece como apropiada.
Define la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), dependiente de la Organización para las Naciones Unidas, a la inversión extranjera directa (IED) como toda operación que involucra una relación de largo plazo en la cual una persona física o jurídica residente de una economía (inversor directo) tiene el objetivo de obtener una participación duradera en una empresa o entidad residente de otra economía (otro país).
Si bien año a año diversos organismos miden el flujo de inversión extranjera en cada país (en el mundo, en 2023 el flujo total de IED fue 1,3 billones de dólares), los meros datos anuales no permiten analizar profundamente la performance de cada economía: una mirada que mejor califica la atractividad de un mercado en esta materia es la medición del stock total de IED operando en su economía.
Esto es: cuánto ha ingresado en un tiempo más extenso y gradualmente -y permanece operando regularmente- en una economía. Como la inversión se dirige a alimentar procesos que se extienden en el tiempo, el stock de IED -que supone toda la inversión acumulada más allá de un año en particular- demuestra las decisiones profundas de las empresas sobre un mercado.
Pues la historia de la inversión extranjera directa (IED) en Argentina en lo transcurrido del siglo XXI muestra un rotundo fracaso.
Cuando comenzó el siglo XXI (año 2001) el stock de inversión extranjera directa operando en Argentina (79.504 millones de dólares) representaba 26% del total en América Latina y el Caribe; pero, hoy, el stock operando en nuestro país -en el último registro anual, en 2023- es de apenas 4% del total regional. Se trata de un porcentaje 84% menor.
En el transcurso del siglo XXI el stock de IED en América Latina y el Caribe, medida en dólares estadounidenses corrientes, se multiplicó por diez; mientras (según Cepal) en Argentina no llegó a duplicarse nominalmente (hoy supone 130.302 millones de dólares).
En lo transcurrido del periodo referido Uruguay multiplicó por 30 su acervo de IED, Colombia lo multiplicó por 16, Perú lo hizo por 11, Brasil lo hizo por 9, Panamá también por 9, Paraguay lo hizo por 8, Chile por 5, México también lo quintuplicó y Ecuador casi lo cuadruplicó.
Si se efectúa una mirada más amplia, se constata que en el planeta todo, en lo transcurrido del siglo XXI, el stock de IED creció 6 veces (el stock mundial actual supera los 45 billones de dólares) y en la comparación entre la evolución del stock de inversión extranjera en Argentina y el del mundo la Argentina desciende desde 0,9% del stock planetario (a inicios del siglo) hasta menos del 0,3% del total global (en la actualidad).
En el total regional a la fecha de stock de inversión extranjera hay dos grandes economías que cuentan con la enorme mayoría concentrada: Brasil es -por lejos- el mayor atractor, ya que cuenta hoy en su territorio con 36% del total regional; mientras México cuenta con el 25% de ese total.
Luego, ya con menores proporciones, Chile cuenta con casi el 9%; Colombia computa casi 8%, Perú aloja algo más del 4% y -recién después- Argentina muestra 4% del total. A inicios del siglo Argentina era la 3ra en este ranking que hoy la encuentra 6ta.
Así, si bien la dimensión de cada economía es muy diferente, el alza proporcional de cada una califica la performance.
En el caso argentino, además, existen dificultades que distorsionan (elevándolos artificialmente) los datos anuales en comparación con sus vecinos, por nuestros peculiares marcos regulativos: en 2023, por caso, la Argentina aparece como incrementando su flujo de IED pero con bajísimos aportes de capital y la razón de ello es que las restricciones cambiarias han obligado a las empresas extranjeras en nuestro país a administrar transitoriamente la imposibilidad de remitir utilidades a través de forzados préstamos o reinversiones mientras aguardan un régimen que vuelva a respetar su autonomía -aún pendiente por el cepo cambiario-.
Los países más prósperos gozan de la participación en sus economías de abundante inversión extranjera, porque ello les facilita la formación de capital, agiliza el acople tecnológico internacional, mejora la calidad del empleo, incentiva el comercio exterior por la mejor participación en cadenas globales de valor y mejora la productividad sistémica mientras activa la organización de redes locales en las que numerosas pymes se transforman en proveedoras o aun clientes de grandes compañías internacionales.
Pues en Argentina, en tránsito hoy hacia reformas de fondo, hay diversas condiciones pendientes para la recuperación en esta materia. Y una de ellas es recuperar la atractividad hacia la inversión internacional.
( * ) Marcelo Elizondo es especialista en negocios internacionales, Presidente del Comité argentino de la International Chamber of Commerce (ICC)