Milei y su obsesión contra el periodismo.
Hiperbólico y autorreferencial, como siempre, Javier Milei cree que él también se hizo cargo de la sepultura del periodismo. Siglos de periodismo han llegado a su fin, según el Presidente, quien le abre las puertas de esa manera al monopolio de las redes sociales, sobre todo de X, su preferida. El liberalismo del jefe del Estado no llega al extremo de aceptar la vigencia de la primera de las libertades (la de prensa, porque sin ella no podrían existir las otras libertades) ni su modernidad está en condiciones de rechazar una discusión medieval, como es el debate por la libertad de expresión.
Autor: Joaquín Morales Solá LA NACION - 18/08/2024
Si el periodismo tal como se lo conoce (gráfico, televisivo o radial) ya dejó de existir, ¿para qué Milei dedica tanto tiempo a denostarlo? ¿Para qué una parte de su servicio de inteligencia provee información a los que insultan y agreden al periodismo? ¿Para qué el Gobierno dispone de fondos públicos para pagar a operadores de redes sociales y a youtubers? ¿Se están usando en eso los 100.000 millones de pesos adicionales que le transfirieron a la SIDE? ¿Pruebas? En uno de sus últimos discursos, Milei comenzó diciendo que el periodismo no debería “buscar fantasmas” para explicar los insultos que recibe. Son expresiones espontáneas, entonces. Inmediatamente después, señaló que “las redes sociales lo hacen orgánicamente”. ¿La campaña contra el periodismo es, entonces, orgánica o espontánea? La última afirmación presidencial señala que es orgánica; es decir, que tiene una planificación y una financiación que van más allá de los deseos personales de los tuiteros y del propio jefe del Estado. En los últimos tiempos, además, las conferencias de prensa en la Casa de Gobierno (sobre todo las del vocero, Manuel Adorni) se llenaron de jóvenes que supuestamente pertenecen a universidades, pero que son fanáticos seguidores del líder y se dedican a agredir periodistas más que a preguntar. A esas conferencias suele asistir el periodista español Javier García Negre, que en España perdió su trabajo en el diario El Mundo por publicar información falsa. Es un seguidor empedernido de Milei que también agrede al periodismo argentino. Pero ¿quién le paga a García Negre sus viajes a la Argentina? ¿Viene gratis a apoyar a Milei y a vapulear a los periodistas locales? Improbable.
Ningún periodismo serio será nunca ciegamente simpatizante de un gobierno. Perdería su razón de ser
La sorpresa del periodismo existe porque se esperaba que el acceso al poder de Milei dejaría atrás dos décadas en las que el kirchnerismo ofendió, difamó y maltrató a los periodistas y a los medios periodísticos. Resulta, sin embargo, que ingresó a la Casa de Gobierno alguien que usa casi los mismos argumentos del kirchnerismo para destratar al periodismo. Y que, como el kirchnerismo, tiene una inexplicable obsesión contra la prensa. Milei elogia las redes sociales. ¿Quién no? Sirven claramente para ampliar el ejercicio de la libertad de expresión, pero también para que muchos personajes anónimos, que nunca dan la cara, escondan sus agravios y sus embustes. El Presidente retuitea a varios de ellos. Un líder auténticamente liberal debería rescatar el trabajo de investigación de la prensa, que desnudó la corrupción kirchnerista y que llevó a juicio a muchos funcionarios de aquella época. Forzosamente imperfecto, el periodismo es autor de algunos errores –cómo no–, pero también de muchos aciertos. Las síntesis son necesariamente arbitrarias, pero debe recordarse la investigación del periodista Hugo Alconada Mon, entre muchas más, que develó en LA NACION la maniobra de defraudación al Estado de parte del empresario kirchnerista Cristóbal López y de su socio Fabián de Souza. Ambos se dedicaron durante un tiempo a vender naftas, que tienen una muy alta carga impositiva. Los empresarios son, en tales casos, agentes de retención del Estado y deben entregar en el acto el dinero que perciben como impuestos. López y De Souza no lo hicieron. Con ese dinero compraron, en cambio, empresas y medios de comunicación. A su vez, el periodista Diego Cabot es el autor de la monumental investigación, también publicada en LA NACION, sobre el caso de los cuadernos, que involucró a casi toda la nomenklatura del kirchnerismo y a varios importantes empresarios. Ese caso está esperando el juicio oral y público desde hace casi cuatro años, y parece destinado a ser siempre una eventualidad. Jorge Lanata y Nicolás Wiñazki hicieron pública la ruta del dinero K y mostraron en televisión las imágenes de Federico Elaskar contando los dólares que lavaba Lázaro Báez, el empresario de la construcción construido por el kirchnerismo. Las investigaciones de Wiñazki, periodista de Clarín, fueron esenciales también para revelar el caso Ciccone, que terminó con un exvicepresidente, Amado Boudou, preso por corrupción. La foto de la fiesta de Olivos en plena pandemia fue una primicia de LN+, y significó un antes y un después para el gobierno de Alberto Fernández. Un periodista prematuramente muerto, Pepe Eliaschev, alertó al país con su primicia sobre la firma del acuerdo con Irán por parte del gobierno de Cristina Kirchner. Otro periodista de investigación, Daniel Santoro, fue tan molesto para el kirchnerismo que terminó procesado por una causa falsa; la Justicia lo desprocesó en instancias más imparciales. El periodismo no está muerto ni viejo ni pasó de moda.
Aceptémoslo: la persecución mileísta es también estrafalaria
Nadie recuerda la voz de Milei en tiempos de Cristina Kirchner; durante esos largos años, él trabajaba como economista jefe de Corporación América, casa matriz de Aeropuertos Argentina, propiedad del empresario Eduardo Eurnekian y del Estado, que es un socio minoritario pero decisivo. Esta empresa opera 35 aeropuertos del país y, por su naturaleza, tiene una relación cercana y frecuente con el Estado, porque depende de sus regulaciones siempre cambiantes. Milei fue también asesor de Daniel Scioli cuando este era candidato presidencial en 2015, pero antes lo había sido de Provincia Seguros, el grupo asegurador del Banco Provincia, entonces en manos de Scioli. Más recientemente, solo se recuerda una fuerte crítica de Milei a Alberto Fernández por la hermética cuarentena que dispuso durante la pandemia del coronavirus. Los periodistas éramos los que denunciábamos el sospechoso trasiego con las vacunas. La prensa se enfrentó al entonces presidente cuando denunció penalmente a un grupo de jueces por un viaje privado a Lago Escondido, que se conoció por una filtración ilegal de mensajes telefónicos, o cuando comunicó un ingrato 1º de enero que les iniciaría juicio político a los jueces de la Corte Suprema. En los años del cristinismo, la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú y quien esto escribe llevamos ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en Washington, la denuncia contra la persecución del kirchnerismo; esa denuncia la firmaron también los periodistas Pepe Eliaschev, Nelson Castro, Alfredo Leuco, Luis Majul y Mariano Obarrio. La exposición ante la CIDH, que es un organismo independiente de la OEA, denunció la campaña oficial de difamación contra periodistas que incluyó juicios públicos en la Plaza de Mayo; fotos escupidas de periodistas; acoso constante a medios periodísticos; el pedido de prisión para dos importantes editores por una causa armada, y la difusión de otras informaciones falsas sobre periodistas. Gran parte de ese trabajo sucio lo hizo el entonces mandamás de los servicios de información (SIDE), Antonio “Jaime” Stiuso, y se distribuía a través de los medios oficialistas propiedad del empresario Sergio Szpolski. Stiuso y Szpolski trabajaron juntos luego en una fábrica de panes, propiedad del exempresario de medios. Confesión de parte. Según la información actual, y frecuente en varios medios periodísticos, Stiuso volvió a tener poder en la SIDE, aunque no figura, todavía, con un cargo formal.
Esa participación activa de los servicios de inteligencia en la política contra el periodismo explica que se difundan videos editados de hace mucho tiempo. Dos casos recientes de los ataques presidenciales incluyeron hasta a la conductora de televisión Juana Viale, por un video de hace varios años, y al periodista Diego Leuco, a quien Milei acusó de no haber denunciado a Alberto Fernández cuando tenía 10 años. Aceptémoslo: la persecución mileísta es también estrafalaria.
Ahora bien, ¿quién rebusca en los archivos para encontrar videos viejos? Es el método que inauguró Cristina Kirchner desde la SIDE. La lista de supuestos cómplices de Alberto Fernández que difundió el tuitero El Trumpista (en verdad, es el uruguayo Luciano Cabrera), y que Milei retuiteó en señal de acuerdo, es la mejor prueba de que el Presidente no vivió la realidad argentina de los últimos 20 años. Y es el ejemplo perfecto de que su campaña contra el periodismo carece de verdad y está destinada, como todos los que intiman con el populismo, a enfrentar a la sociedad con sus instituciones.
No hay alusiones públicas de Milei a los diarios, canales y radios con claras simpatías kirchneristas. Solo ataca a la prensa independiente, tal vez porque supone que esta debe apoyarlo. Las coincidencias con varias de sus políticas son obvias. Citemos algunas de esas políticas: su lucha contra el déficit fiscal, su decisión de bajar la inflación (lo que está logrando) o su política exterior que sacó al país de las alianzas exóticas del kirchnerismo. Otra cosa es lo que el Presidente hace personalmente en el exterior. Pero ningún periodismo serio será nunca ciegamente simpatizante de un gobierno. Perdería su razón de ser. Llama la atención, en medio de semejante antipatía constante hacia el periodismo, el silencio de parte de los políticos que pertenecieron a lo que fue Juntos por el Cambio (con la sola excepción de Elisa Carrió). ¿Miedo? ¿Especulación? Solo basta comparar la cerrada defensa del periodismo que hacía Patricia Bullrich cuando reinaba el kirchnerismo y el silencio que la envuelve ahora. Los principios de antes ya no existen; fueron desplazados por la ocasión y la ventaja.