Clase media: ¿mito, realidad o nostalgia?
A la vista de todos, se está produciendo un fenómeno que, por temor a nombrarlo o siquiera pensarlo, hemos vuelto en apariencia, solo en apariencia, invisible. Nos asusta y nos abruma porque es una viga estructural de nuestro inconsciente colectivo que creíamos indestructible. Un lugar donde siempre volver y resguardarse ante cualquier nueva vicisitud. Una especie de seguro o de búnker que protegía nuestra conciencia comunitaria. Estaba hecho de un conjunto de rasgos, códigos y valores que nos expresaban como grupo, ante los demás y frente a nosotros mismos.
Autor: Guillermo Oliveto PARA LA NACION - 05/08/2024
Con frecuencia nos descubríamos como una tribu abrazada para adorar una imagen de sí misma que la enorgullecía. Tenemos que ser conscientes de que ese ADN del ser nacional, inmodificable por definición, ha entrado en riesgo.
Una peligrosa mutación genética podría estar produciéndose en la estructura social argentina. Después de castigarla a lo largo de las décadas, se ha logrado doblegar la histórica resistencia de ese preciado tesoro que nos mantenía en eje.
A pesar de haberlo creído resiliente hasta el infinito, o quizá por ello mismo, el imaginario de una sociedad de clase media como rasgo identitario fundante del ser nacional está resquebrajándose. Lo que es peor: podría, exhausto y agobiado por la desaprensión con la que fue tratado, y maltratado, tantas veces, durante tanto tiempo, finalmente romperse.
Estamos pasando de la añorada cohesión del pasado a una fragmentación extrema. La complejidad se apropia así de la configuración fisonómica que nos representa como conjunto. La imagen que se delinea resulta novedosa, ajena, impropia. El todo y las partes se han disociado y no podemos encontrar cuál es el hilo conductor que los une y los explica.
Hoy ya no sabemos qué somos ni quiénes somos. Nos hemos quedado sin referencias ni patrones que nos permitan construir sentido. El espíritu gregario se licúa y se desvanece porque escasea lo común y brotan las diferencias económicas, sociales, culturales y generacionales.
El antes y el ahora dominan la discursividad, como si se tratara de dos mundos separados por un abismo. Lo que para los tiempos de la historia es apenas un suspiro, para la mirada actual resulta una eternidad. Los años 80, tomados de manera unánime como referencia emblemática, más que el pasado, lucen como una era que los jóvenes nacidos y criados en la poscrisis 2001/2002 juzgan como un objeto de análisis propio de la arqueología. Una Argentina de la que escucharon hablar, pero cuyo estilo de vida no solo no experimentaron en nada, sino que consideran de imposible retorno. Ese país, para ellos, nunca existió.
Es más: ponen fuertemente en duda que la citada concepción de sociedad de clase media pudiera tener algo que ver con la realidad. Al menos con la que ellos conocen y la que proyectan a futuro. Ubican esa concepción más cerca del mito que de los hechos fácticos. Una narración que ilumina la memoria de sus padres y abuelos.
Los adultos, por el contrario, saben que no es así. Que fue algo bien cierto. Y por eso hoy viven en un profundo desamparo simbólico. Se miran al espejo con asombro y distancia sin poder reconocerse, como si estuvieran tratando con un otro desconocido. Resultan extraños hasta para ellos mismos.
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