La universidad también se debe un debate en defensa propia.
El Gobierno avanzó con la motosierra sin reparar en la complejidad de las cosas; así, abroqueló al sistema, que elude un debate franco y plural sobre sus graves distorsiones
Autor: Luciano Román LA NACION - 25/04/2024
El sistema universitario debería estar agradecido con Milei. Le ha dado una buena excusa para abroquelarse y arroparse bajo la bandera sagrada de la educación pública, mientras encuentra un nuevo atajo para esconder sus fracasos bajo la alfombra y para clausurar cualquier debate sobre su eficiencia, su calidad y su financiamiento. Le ha dado, además, una coartada para no hablar de sus negocios y sus pactos corporativos, que han teñido a muchas casas de estudio de una inquietante opacidad.
El Gobierno, en lugar de promover un debate audaz pero constructivo, ha avanzado con la motosierra y la brocha gorda sin reparar en matices ni en la complejidad de las cosas. Ha exacerbado la polarización y se ha sobregirado en una postura irritante, en lugar de esforzarse en la convocatoria a una discusión abierta y franca sobre la base de datos claros e información rigurosa, no de simplificaciones y prejuicios. Ha exhibido, además, falta de sensibilidad para calibrar los valores en juego y para evitar las generalizaciones injustas. Le ha dado, así, a la burocracia universitaria la oportunidad de victimizarse y de instalar, con una mezcla de cinismo y picardía, la idea de un riesgo inminente de cierre de las facultades. También le permitió liderar una protesta que, detrás de eslóganes y banderas, encubre sus privilegios y sus desmanejos. Y que, como si fuera poco, permite potenciar los dogmas que obturan cualquier revisión de fondo sobre la política universitaria.
La impresionante marcha de esta semana fue promovida por “el partido de la universidad”, donde el kirchnerismo y parte del radicalismo se dan la mano sin disimulo. Fue aprovechada, además, por sectores políticos radicalizados que fogonean el peligroso concepto de la “resistencia” frente a un gobierno democrático que acaba de asumir. Pero la movilización se nutrió, esencialmente, de amplios sectores sociales que defienden con buena fe los valores asociados a la educación pública, a la inclusión social, a las oportunidades y al progreso a través del estudio y del desarrollo científico. Tal vez deba aprovecharse ese estado de efervescencia para formular una pregunta: ¿por dónde pasa la verdadera defensa de la universidad pública?
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