Educación: cómo estamos y hacia dónde vamos,
Los sistemas educativos contemporáneos están sufriendo el cimbronazo del nacimiento de otra era. Lo nuevo irrumpe y transforma en obsoleto aquello que hasta ayer era valorado. No es fácil comprender la orientación general de la transformación.
Autor: Guillermina Tiramonti para Clarin - 24/04/2024
Todo está en cuestión y debe ser revisado: lo que se enseña y cómo se enseña, quiénes enseñan y con qué medios, la organización institucional y los mecanismos de regulación. Debemos pasar de una propuesta construida a la luz de la Ilustración a otra que dialogue con lo que hasta ahora vamos llamando la era digital.
Nuestra situación educativa a la hora de afrontar el cambio es de una enorme debilidad. Los elencos burocráticos de las diferentes localidades no siempre tienen la formación técnica adecuada, las elites de gobierno suelen estar ajenas a la complejidad de la situación y los mecanismos que le dan gobernabilidad al sistema resultan de acuerdos discrecionales en los que no siempre priman los intereses pedagógicos. El resultado de esta debilidad es un funcionamiento basado en rutinas que no admiten ninguna reflexión sobre lo que se hace, para qué se hace y hacia dónde vamos.
Lo demás ya lo sabemos: las escuelas presentan dificultades para proveer a los alumnos de los instrumentos básicos de la cultura imperante, los docentes tienen una formación muy inadecuada, no les pagamos bien, las universidades no están produciendo los saberes necesarios para el cambio, los políticos en general no se dan por enterados de la trascendencia que tiene esta materia para el futuro de los individuos y la sociedad y los expertos tienen en general, una mirada remedial que no logra calibrar los problemas a solucionar a la luz de la nueva era. Los sindicatos se resisten a abandonar su lugar de cogobierno e insisten con estrategias de resistencia basadas en el vaciamiento de las aulas.
¿Qué se está haciendo? Aparentemente no mucho. Sin embargo pareciera que lo que se hace tiende a transformar un sistema federal que hasta ahora funciona a través de engañosos criterios de justicia distributiva.
Lo mas visible, o tal vez lo único explicitado, es una campaña de alfabetización abarcativa de todas las provincias, en base a su participación en el Consejo Federal de Educación. Esta campaña estaría acompañada por sistemas de medición y seguimiento que pondrían en manos de las provincias la elección de las metodologías de enseñanza adecuadas para garantizar resultados.
El otro elemento es la discontinuidad de un modelo de articulación nación-provincias inaugurado en el periodo Menem y engordado en los años que le sucedieron. El prototipo de gobierno denominado federalismo consiste en la provisión de un creciente numero de subsidios de la nación a las provincias con múltiples propósitos: comprar lealtades, pagar favores políticos, asegurar los votos en el Congreso, acallar conflictos o disimular resultados .
En definitiva, un simulacro de federalismo del que no resulta el tejido de un hilo común entre la heterogeneidad de las diferentes localidades y mucho menos una construcción más justa de la suerte educativa del los niños y jóvenes de las distintas jurisdicciones.
Hasta ahora hemos registrado solo una cancelación de estos subsidios y la revisión de programas que se gestionaron con poca transparencia y sin ninguna valoración de su eficacia. Pero esto es solo una etapa de desmantelamiento que no dice mucho respecto de qué federalismo se esta construyendo.
Lo indeseable sería un paulatino abandono de las jurisdicciones a sus propios recursos. Si esto es así tendremos una educación donde la suerte de las nuevas generaciones esté cada vez más atada a la voluntad de los señores feudales que las gobiernan poco inclinados a proveerlos de instrumentos para el futuro.
La otra línea de acción de la política , que genera interrogantes sobre su impacto en el sistema, es la superposición de los subsidios a las familias para que estas puedan mantener a sus hijos en el circuito privado subvencionado de la educación.
¿Cuál será el objetivo? El más inmediato y claro es darle una mano a la muy castigada clase media que hasta ahora ha hecho un gran esfuerzo para sostener a sus hijos en escuelas privadas y evitar así la oferta publica que presenta mayor ausentismo docente, más bajos resultados cognitivos y, por sobre todo, una presencia de la cultura marginal que repele a las clases medias.
Mantener la distribución actual de alumnos en los dos circuitos evita traspasos que las escuelas públicas no están en condiciones de atender y vaciamientos de las privadas que también redundarían en su cierre por falta de alumnos.
Probablemente estemos avanzando hacia un sistema donde se amplía la red institucional subsidiada por el Estado y gestionada por los privados. Es posible que lo meramente estatal se destine a los sectores mas rezagados de la población, y en ese caso, habrá que evitar el riesgo de la profundización de su deterioro.
Falta un plan que nos ilumine el futuro y nos marque adónde vamos. El análisis que solemos escuchar esta infestado de preconceptos construidos en otras épocas cuando una de las consecuencias de la transformación mundial es que nada puede ser pensado de la misma manera que hace treinta años. La pregunta es si estamos cambiando para abordar el futuro o solo para aguantar el presente.
Guillermina Tiramonti es miembro de la Coalición por la Educación y del Club Político Argentino.