La hipocresía antirrepublicana.
En el año 2022, la consultora de Jorge Giacobbe hizo una encuesta, con un margen de error calculado en el 2%, a través de la cual preguntó a dos mil quinientas personas, qué opinaban acerca de la división de poderes. Casi el 90% dijo que estaba a favor, y el 3% se pronunció en contra. El resto, no supo o no contestó.
Autor: Félix V. Lonigro en Clarin - 09/01/2024
Traducido al idioma institucional, esto significa que casi el noventa por ciento de la gente está a favor del sistema republicano de gobierno, cuyas características son la división de órganos y potestades, la independencia del Poder Judicial y la posibilidad de renovación periódica de autoridades. Mientras tanto, el tres por ciento de la gente prefiere un sistema autocrático, en el que un solo funcionario concentra todas las funciones de gobierno.
Sin embargo, si bien el pasado 10 de diciembre los argentinos hemos cumplido cuarenta años de democracia, e internalizamos que es el mejor sistema en el que podemos vivir para ejercer nuestros derechos y libertades, así como también para poder elegir a quienes conducen los destinos del país, no hemos logrado entender acabadamente qué significa el sistema republicano de gobierno.
En realidad el concepto nos suena lindo o lo confundimos con la democracia, y por eso cuando se nos pregunta, decimos a viva voz y sin ponernos colorados, que somos republicanos; pero después cuando llega la hora de votar, somos capaces de elegir una y otra vez a un mismo gobernante, o somos indiferentes cuando tenemos que ir a votar en elecciones solamente legislativas, o fustigamos al Congreso cuando no aprueba las leyes que queremos, o cuando la Justicia frena alguna decisión política (leyes o decretos) por considerarlas inconstitucionales.
Es decir, hay una verdadera hipocresía antirrepublicana en la sociedad: nos “autopercibimos” republicanos, pero pensamos autocráticamente.
Durante casi veinte años debimos soportar a un régimen populista que se cansó de convertir al Congreso en un órgano ratificador de decisiones presidenciales, e hizo un culto de la intolerancia hacia todo lo que funcionara en forma independiente del Poder Ejecutivo, como por ejemplo jueces y fiscales.
La misma expresidente Cristina Fernández llegó a preguntarse “quien es un juez, a quien nadie votó, para dejar sin efecto, con una sentencia o medida cautelar, una ley o decreto dictado por órganos a cuyos miembros sí eligió el pueblo”. Difícilmente pueda elaborarse, con mayor precisión, una concepción más antirrepublicana y autocrática que esa.
Pues ahora la sociedad eligió un cambio de modelo, porque el populista nos llevó al desastre cultural, social y económico en el que estamos sumergidos; pero el electorado votó a Milei para eso, no para que ponga en pausa al sistema republicano, o para que pasara por encima al órgano de gobierno en el que están proporcionalmente representadas las diversas posiciones políticas e ideológicas.
Y esto es, al parecer, lo que se busca cuando el presidente ejerce atribuciones legislativas, enviando al Congreso un megadecreto de trescientos sesenta artículos con los más variados temas, pretendiendo que los legisladores lo voten, sin analizar, por todo o por nada; o enviando un megaproyecto de ley de seiscientos sesenta artículos, con la más extraordinaria diversidad disciplinaria que alguna vez se haya visto, pretendiendo que los legisladores lo voten, también por todo o nada, en apenas un mes de sesiones extraordinarias.
Eso y pretender poner un cepo a la actividad del Congreso, limitándolo al rol de “ratificador” de decisiones presidenciales, es exactamente lo mismo.
Resulta que aquellos que desde las cátedras, la bibliografía y los medios, venimos hace veinte años poniendo el grito en el cielo por los atropellos institucionales del populismo, ahora, por criticar esta metodología antirrepublicana de atolondramiento institucional que pareciera imponer esta gestión, aún coincidiendo con el ochenta por ciento de las medidas que se pretenden adoptar, “somos k”, “ponemos palos en la rueda”, “tenemos intereses creados” o “ignoramos la gravedad de la situación”. Nada de eso; por el contrario, en todo caso enarbolamos como bandera una coherencia jurídico-ideológica que es fácilmente comprobable y diametralmente opuesta a la hipocresía antirrepublicana de quienes cambian de parecer según quien gobierne. En efecto, los mismos que se autoperciben republicanos, no lo son tanto cuando el que embiste contra las instituciones es un líder al que apoyamos por el contenido de las medidas que impulsa, pero probablemente vuelvan a ser republicanos, cuando con la misma facilidad con la que Milei pretende imponer cambios de raíz, por positivos que sean, un líder de otro signo político retrotraiga todo a fojas cero.
Puesto en blanco y negro: no hay coherencia republicana cuando saltamos del republicanismo a la autocracia según nos convenga.
Si a los ya fanatizados “mileiistas” les encanta Alberdi, tal como al Presidente, es mejor que lo lean bien. En su magna obra “Bases”, el tucumano afirma que “en vez de dar el despotismo a un hombre, mejor dádselo a la ley”, es decir, al Congreso. Y en su proyecto de Constitución ofrecido a los constituyentes de 1853, jamás contempló la posibilidad que el presidente pueda ejercer potestades del Parlamento. No más preguntas señor juez.