LRA: La Realidad Avanza.
El partido de Milei es un producto atractivo para muchos ciudadanos por esas características que ahora, bajo la lupa de la gobernabilidad, se ven como carencias. Todo funcionario, mucho más un Presidente de la Nación, suele tener un sueño para realizar al llegar al poder. Javier Milei es una expresión eminente de esa propensión. Él se ha venido expresando, y tal vez percibiéndose, como un reformador social. Alguien llamado a reconfigurar lo existente a partir de la lógica del mercado.
Autor: Carlos Pagni LA NACION - 07/12/2023
Pero suele suceder que esos proyectos conceptuales quedan expuestos a las limitaciones del contexto. No se trata sólo de la resistencia que ofrecen los que se niegan al cambio. Hay restricciones que provienen de otros factores. Uno es el papel de la confianza en la formación de los equipos, que muchas veces aconseja a resignar la pureza técnica de una medida o una gestión. Son las determinaciones eternas de la política que, como señalaba Julio Irazusta, “es una opción entre dificultades”. En el caso de Milei se agregan otras. Un discurso preelectoral elaborado para ampliar una fuerza parlamentaria, no para ejercer el Poder Ejecutivo. Recursos humanos escasos, sobre todo en el Poder Legislativo. Y un desconocimiento previsible de qué significa cada tecla en la gran consola de la administración. Nada que sorprenda: se trata de las peculiaridades propias de una fuerza que creció con una velocidad vertiginosa en conflicto con la clase dirigente. La Libertad Avanza fue un producto atractivo para muchos ciudadanos por esas características que ahora, bajo la lupa de la gobernabilidad, se ven como carencias. En síntesis: ahora, la que avanza es la realidad.
El nuevo jefe de Estado está en observación. Cualquier diagnóstico sobre su estilo es prematuro. Pero asoman ya algunos rasgos. El más notorio: una llamativa confianza en sí mismo. O, en términos más precisos, un sentido de misión por el cual se ve a sí mismo como un predestinado. Esta inspiración se proyecta sobre el juego de poder. Milei ha puesto un celo extraordinario en preservar su autoridad personal. La primera manifestación de ese propósito es el lugar que le ha dado al aparato de creación de imagen. Carente de una maquinaria partidaria o institucional, espera sostenerse en el vínculo con la opinión pública. Así se explica el lugar central que ocupa en su entorno Santiago Caputo, su estratega de campaña, El mago del Kremlin. Caputo es, después de la hermana Karina, la persona más próxima a Milei. A él se le confió ejercer, con Nicolás Posse, el futuro jefe de Gabinete, el control de calidad de las designaciones. También la organización del área de comunicación, crucial para un liderazgo como el del nuevo presidente. Caputo confió esa tarea a su socio, Guillermo Garat, quien colaboró en su momento con María Eugenia Vidal, y prestó servicios a Eduardo “Wado” De Pedro y su frustrada candidatura. También convocó a su amigo Rodrigo Lugones quien, con Derek Hampton, asesor de Patricia Bullrich, completa un cuarteto de expertos en marketing formados a la sombra de Jaime Durán Barba. Hay que prestar atención a Garat. En la futura administración será el responsable del área de relaciones institucionales de YPF. Esa designación es un límite sutil de Milei a Mauricio Macri, para quien la petrolera tiene un significado principal: allí se celebró un opulento contrato con la AFA de Claudio “Chiqui” Tapia para identificar a la empresa con la rutilante figura de Lionel Messi. Gestores de ese negocio, Santiago “Patucho” Álvarez y Santiago Carreras. Estos dos exfuncionarios se han ufanado de irse de la compañía sin cobrar indemnización alguna. Ni falta que hacía. En cuanto a Milei, ya se ha pronunciado a favor de Andrés Ibarra y Macri en la competencia contra Román Riquelme en Boca Jr. Pero no entrega la llave de una de las cuentas más caudalosas del país.
Otra palanca decisiva que el nuevo presidente ha querido reservarse es la representación del Poder Ejecutivo en el Consejo de la Magistratura. Por esa butaca trabajó a destajo en los últimos días Juan Bautista Mahiques, fiscal general de la Ciudad de Buenos Aires subordinado a Macri a través del binguero Daniel Angelici. Mahiques quiso ubicar allí a su sombra, Pablo Garcilazo. Pero perdió la partida frente al nuevo ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, que destacará en el Consejo al abogado Diego Guereindiain, quien será su jefe de Gabinete. La derrota de Mahiques provocó algún lloriqueo en el cumpleaños de la jueza María Servini, el viernes pasado, en el subsuelo del Palacio Duhau. Allí estaba el boxindanga Carlos Mahiques, camarista de Casación, padre del frustrado lobista. Engalanaban las mesas otras celebridades: Ricardo Lorenzetti, reconciliado con “Juancarlitos” Cubría, el hijo de la cumpleañera; Antonio “Jaime” Stiuso, cuya presencia explicó la ausencia de Marcelo D’Alessandro, antiguo amigo de la magistrada; inseparables de Stiuso, el juez Marcelo Martínez de Giorgi y el secretario del exespía, Lucas Nejamkis; otro camarista de Casación, Mariano Borinsky; Gabriel Hochbaum, incansable adalid contra la trata de personas; el auditor y diputado electo Miguel Pichetto; el juez Ariel Lijo y, casi como anfitrión, Martín “Pica” Benedettini. Entre tanto funcionario de Comodoro Py era comprensible un lamento: que Cúneo Libarona esté ignorando ese antro para rodearse de funcionarios de la Justicia nacional, es decir, del fuero ordinario de la Capital Federal.
El capítulo jurídico de la nueva administración presenta a un profesional de gran densidad como Rodolfo Barra. Hay quienes suponen que con su presencia en la Procuración del Tesoro se despeja un nubarrón importante: la obstrucción de las reformas por cautelares en el fuero contencioso-administrativo. En especial si un discípulo del futuro procurador, Miguel Licht, resulta designado como camarista en esa especialidad, como se rumorea que podría suceder. Barra refuerza, además, el sesgo conservador del nuevo experimento. Ayer varios abogados recordaban un cruce interesante: el del voto de Barra, como juez de la Corte, negándole personería jurídica a la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). Quien patrocinaba a la CHA era Carlos Rosenkrant, quien hoy está en la Corte.
Se cubrió el área de la abogacía del Estado. Pero queda pendiente designar al titular de la Secretaría Legal y Técnica. Es quien controla la calidad de los decretos y custodia la firma del Presidente. Un colaborador de Milei, amigo de Vilma Ibarra desde la actividad privada, imaginó ofrecerle la continuidad en ese cargo. “Ni hagas el intento”, le aconsejaron.
Hay un tercer frente en el que Milei decidió preservar su poder: la presidencia de la Cámara de Diputados. Macri no consiguió consagrar a Cristian Ritondo, lo que derivó en la postergación de Florencio Randazzo, quien había sido postulado por el propio presidente electo. El beneficiario de esta doble exclusión fue Martín Menem, con quien Milei volvió a su primera hipótesis para el manejo de la Cámara. En ese cuerpo se expresa uno de los fenómenos sobresalientes de este momento histórico: la fragmentación del espacio no peronista. El bloque del Pro tendrá dos o tres subloques, igual que el de la UCR. Y la Coalición Cívica de Elisa Carrió hará, en adelante, rancho aparte.
Macri comunicó, con bastante elegancia, sus propios límites en la relación con el oficialismo. Dijo que Bullrich y Luis “Toto” Caputo asumían sus ministerios a título personal. Y, malicioso, consignó: en el “primer equipo” que elige el nuevo presidente. Una forma de tomar distancia de Bullrich y, sobre todo, de la riesgosa experiencia de Caputo. Y un modo de profetizar al nuevo presidente que, en algún momento, habrá un segundo equipo. Milei respondió con un comunicado de su oficina en el que señaló que con la designación de Bullrich en Seguridad y de Luis Petri, en Defensa, “la fórmula de Juntos por el Cambio quedó incorporada al gabinete en plenitud”. Dos maneras distintas de entender un vínculo político.
Convencidos de que Juntos por el Cambio está condenado, al menos al comienzo, a apoyar la nueva gestión, Milei y su futuro ministro del Interior, Guillermo Francos, exploran acuerdos con el peronismo. Es el otro espacio para fraccionar. El primer acercamiento se produjo, a pesar de la caída de Randazzo, con Juan Schiaretti. Es una relación que no se entiende sin la incorporación de otro actor discreto pero relevante en esta hora: Domingo Cavallo. Schiaretti y Francos fueron, en distintos momentos, colaboradores del exministro de Economía. Además, Francos tiene una vieja amistad con Ricardo Sosa, mano derecha de Schiaretti. Y también con Daniel Tillard, jefe de la sucursal porteña del Banco de Córdoba a quien luego incorporó a su equipo del Banco Provincia de Buenos Aires, durante la gestión de Daniel Scioli. Tillard será el presidente del Banco Nación. Otro funcionario que llega desde el entorno de Schiaretti es su exministro de Finanzas Osvaldo Giordano, quien también ejerció funciones relevantes al lado de Cavallo. Será nada menos que el titular de la Anses. En resumen: Milei tejió, a través de Francos, una alianza con Cavallo y Schiaretti que va más allá del aporte parlamentario cordobés.
Sería un error, sin embargo, no advertir la proyección legislativa de este nexo. El nuevo presidente y su futuro ministro del Interior se han propuesto horadar el bloque peronista, que responde, por ahora, a Cristina Kirchner. Para ese objetivo Francos negocia con los gobernadores del PJ. Empezó por los del Norte, alrededor de una materia vital para la región: la minería. Así se explica la permanencia en el Gobierno de Flavia Royón, quien pasará de secretaria de Energía de Alberto Fernández a secretaria de Minería de Milei. Royón es una pieza importante en un tablero complejo. Pertenece al equipo del salteño Gustavo Sáenz, pero proviene del staff del fallecido Jorge Brito. Royón es, antes que nada, litio. Un elemento químico que sirve de pegamento a Jorge Brito (h); José Luis Manzano y Daniel Vila; el trío Emilio Monzó, Nicolás Massot y Rogelio Frigerio, socios en Salta de una minera canadiense; y, de manera menos nítida, Sergio Massa. Esta trama político-empresarial conquistó una posición clave en el nuevo gabinete. La “casta” empieza a perder el miedo.
Sáenz, que negoció esta colina, es parte de un experimento más amplio: con Alberto Weretilneck, de Río Negro; Oscar Herrera Ahuad, de Misiones; y Rolando Figueroa, de Neuquén, armó un bloque autónomo en el Congreso para atender las necesidades del nuevo Ejecutivo. Detrás está la mano de Francos. Y otro actor gravitante: Monzó, quien ya demostró durante la gestión de Macri su capacidad para quebrar al peronismo en el Congreso. La mira está puesta ahora en el santiagueño Gerardo Zamora y en el riojano Ricardo Quintela. Ambos tenían una relación pésima con Milei. Quintela había prometido renunciar si La Libertad Avanza llegaba al poder. Tal vez a estos antecedentes ahora se deba que sean, desde hace una semana, mejores amigos.
En el frente federal hay un protagonista especial: Axel Kicillof. Es, en disputa con Máximo Kirchner, el líder del peronismo bonaerense. Y es un engranaje del sistema de Cristina Kirchner. Kicillof tuvo ya una reunión con Francos, centrada en las dificultades fiscales de la provincia. El encuentro fue casi tan largo como el que el mismo Francos mantuvo con varios intendentes del conurbano bonaerense, fastidiados desde siempre con el gobernador. En las últimas horas Kicillof se curó en salud, insinuando que, como su provincia es discriminada por el régimen de coparticipación, podría llevar un reclamo a la Justicia. En la Corte Suprema sonríen. Lo están esperando. Fue el gobernador que más temprano alentó el juicio político contra el tribunal.
La bonaerense es la frontera más caliente. Porque es la frontera con el kirchnerismo. La relación con la señora de Kirchner tuvo ya un primer chisporroteo. Ella envió a Milei un mensaje: “Si designan a Bullrich en Seguridad, vamos a la guerra total”. ¿Por qué tanto encono? Sencillo: la vicepresidenta está convencida de que Bullrich tuvo que ver, a través de Gerardo Milman, en un complot para quitarle la vida a través del “copito” Fernando Sabag Montiel. Cuando el nuevo presidente recibió el recado, contestó: “A mí nadie me amenaza. Será Bullrich”. Eso sí, el cuerpo de custodia de Cristina Kirchner, a cargo del comisario Diego Carbone, seguirá sin cambios.
La relación de Milei con la saliente vicepresidenta se dirime también en el Senado, donde ella conserva una cuota relevante de poder. Allí debe prestarse atención a Francisco Paoltroni. Como en Diputados, el presidente electo eligió a alguien de su partido para la presidencia provisional. El trabajo de Paoltroni tendrá tres dimensiones. Una es negociar con el peronismo. Otra, acotar el poder de Victoria Villarruel: el idilio de Milei con su vice se ha enfriado, como demostraron las designaciones de Bullrich y Petri en Seguridad y Defensa, dos casilleros que habían sido delegados a la nueva vicepresidenta. Villarruel acaso paga el precio de haberse asomado al armado de los organismos de Inteligencia. Esa área estará bajo el mando de Posse, y tendrá como titular a Silvestre Sívori, un abogado de la confianza de Milei y de quien será su jefe de Gabinete. La tercera zona de fricción deliberada que abre Milei con Paoltroni es Formosa. Mala noticia para Gildo Insfrán: alguien con ese protagonismo aterrice todos los fines de semana en su feudo.
La señora de Kirchner tiene un instrumento poderoso en su esgrima con Milei: la Comisión de Acuerdos del Senado, por donde pasan designaciones estratégicas. Por ejemplo: ¿se habrán asegurado de que allí aprueben el pliego de Gerardo Werthein para que sea embajador en Washington? En las últimas horas se escuchó esta advertencia de inconfundible cuño kirchnerista: “Werthein fijó domicilio fiscal en Uruguay; ¿puede representar al país alguien que rompió un pacto colectivo elemental?”.
Es todavía un misterio qué rumbo tomará la relación de Milei con el Congreso. La escenificación preparada para la asunción del próximo domingo cobija la semilla de un conflicto. Hasta ahora se adelanta que el presidente electo dará un discurso a la multitud que espera ver reunida enfrente del palacio. Y que no habrá un mensaje a la Asamblea Legislativa. El gesto tiene un tono populista: el líder habla con el pueblo, no con “la casta”. Es otra audacia de Milei.
El abordaje del universo federal tiene un punto de fuga: el Ministerio de Economía. La cobertura de esta área es una demostración impactante de la plasticidad política del nuevo presidente. Allí designó a Caputo. Es cierto: no fue su primera opción. Antes se le había ofrecido el cargo al fiscalista Daniel Artana, quien no lo aceptó. ¿Influencia de Carlos Melconian? Historias mínimas. El principal atributo de Caputo para Milei es la confianza, garantizada por Santiago, hijo de un primo del ministro nominado. Una primera sorpresa en esa selección es la idiosincrasia de Caputo. La razón por la cual abandonó la gestión Macri fue la recusación del Fondo Monetario Internacional a su pretensión de intervenir en la fijación del precio del dólar a través de operaciones del Banco Central. Más sencillo: confiar al Estado la determinación de un precio estratégico de la economía. Ese tipo de prácticas que, hasta hace poco, enfurecían a Milei. Segunda sorpresa: no sólo la dolarización de Emilio Ocampo quedó olvidada en el pelotero de un grupo de exploradores financieros; en el nuevo gobierno, el Banco Central no sólo sobrevivirá: tampoco será independiente. Milei designó allí al socio de Caputo en la consultora Anker Latinoamérica, el experimentado Santiago Bausili. Esa expansión del futuro titular del Palacio de Hacienda fue la que inclinó a Demian Reidel por rechazar la oferta para encabezar el Central. La Realidad Avanza.
Más allá de estas innovaciones, en la organización de la gestión económica sigue habiendo dos incógnitas cruciales. Una tiene que ver con el financiamiento que permita fortalecer las reservas monetarias para acelerar el levantamiento del cepo. El Fondo Monetario habría ya anticipado que no habrá dinero fresco hasta que, más adelante, se negocie otro programa. ¿Conseguirá Caputo esos dólares en los exóticos Emiratos Árabes?
El otro enigma es la identidad del futuro secretario de Hacienda. Milei, como Caputo, están obsesionados por resolver el drama que representa la deuda del Banco Central cifrada en una masa descomunal de leliqs. Sin embargo, ese pasivo es la consecuencia de otro problema: el Tesoro presenta un déficit descomunal que, para ser financiado, requiere de una exorbitante emisión monetaria, que se absorbe con leliqs. La raíz del inconveniente no está en las leliqs, tampoco en la emisión, ni siquiera en el déficit: está en el gasto público. ¿Quién va a tomar la motosierra para reducir el tamaño del Estado? Más claro: ¿quién será el responsable de que Milei cumpla con su principal promesa electoral?
El proyecto de rediseñar el Estado sigue siendo atribuido a Federico Sturzenegger y su planilla de Excel con un listado innumerable de regulaciones y oficinas oficiales a ser suprimidas. Sería parte de ese audaz proyecto de ley ómnibus que se enviaría al Congreso, a pesar de la contraindicación de muchos expertos en política parlamentaria que vaticinan un Vietnam legislativo.
Cuando mira la estructura del Estado, Milei quiere ir, según afirman sus colaboradores inmediatos, más allá: avanzar sobre unos 50 fideicomisos distribuidos en distintos ministerios. Se trata de vehículos creados para garantizar que un ingreso sería asignado a una finalidad específica. Pero terminaron sirviendo a otro fin: asegurar la opacidad en las contrataciones, a través de mecanismos que no están expuestos a la información pública a través del sistema digital. Constituyen, en la mayoría de los casos, el reino de la prebenda. Dicho de otro modo: la guarida más recóndita de “la casta”. El otro sótano en el que se quiere internar el nuevo presidente es el de la Dirección del Registro Nacional del Automotor. Es una antigua caja de la política, que estuvo bajo el mando de Carlos Walter, con Macri, y de María Eugenia Doro Urquiza, con Fernández. Esa dirección depende de Cúneo Libarona y fue reclamada por Germán Garavano, uno de sus antecesores.
Estos ajustes siguen en el plan que se ha trazado Milei. Pero no son la prioridad. Con sus interlocutores más cercanos él suele explicar de este modo su orientación fiscal: “En lo inmediato tengo que aprovechar la peor herencia que me deja el kirchnerismo, que es la inflación. Tenemos que evitar una híper, porque nos llevaría a una pobreza del 80%. Pero la inflación puede ir haciendo la reducción del gasto por vía de una licuación. Congelaremos el presupuesto a nivel nominal y eso producirá un ahorro extraordinario. Por un momento, la pobreza puede alcanzar el 55%. Es el costo de la racionalización. Yo tengo 60% de popularidad, pero el ajuste tiene el 70%. Es la situación que hay que aprovechar”.
De confirmarse esta perspectiva, se verá que la motosierra se ha vuelto gradualista. Nada que llame a sorpresa. Se cumple la sentencia del sagaz Pancho Aricó: “Cuando pensábamos transformar al poder, descubrimos que el poder nos transformó a nosotros”. La Realidad Avanza.