Los últimos días de todo un ciclo político.

Rodolfo Tailhade Alfredo Sábat

El último debate presidencial dejó a muchos argentinos abatidos por la decepción y la frustración; varios de ellos suponen que la opción entre Sergio Massa y Javier Milei es la peor de las opciones posibles que existían

Autor: Joaquín Morales Solá LA NACION - 15/11/2023


Seguramente, Sergio Massa recibió la información sin saber de dónde provenía porque, de haberlo sabido, habría sido un acto demasiado temerario aún para un intrépido como él. En el debate del domingo, el ministro de Economía ventiló una información personal de Javier Milei que había sido publicada el año pasado por el sitio Realpolitik, que es uno de los supuestos medios periodísticos en los que trabajaba el espía Ariel Zanchetta y por los que cobraba publicidad oficial de parte del dirigente de La Cámpora Fabián “Conu” Rodríguez, exfuncionario de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires y actual subdirector de la AFIP. Esa vieja información refería a una sociedad off shore propiedad de los padres y la hermana de Milei, que tendría un departamento en Miami. Vale la pena detenerse en el uso de ese dato tan privado del candidato de la oposición por parte de Massa, dato que ni siquiera involucra personalmente a Milei, para advertir que el ministro de Economía es un alumno fiel de Néstor y Cristina Kirchner.

Ese poderoso matrimonio político construyó parte de su largo poder con la asistencia permanente de los servicios de inteligencia, hayan sido esto estatales o paraestatales. Néstor Kirchner solía recibir a los empresarios díscolos notificándolos indirectamente de que contaba con información personal sobre sus vidas. Cristina Kirchner atesoraba en su casa de El Calafate, cuando ya era expresidenta, carpetas de los servicios de inteligencia con información sobre poderosos empresarios (sobre el presidente de Repsol, Antonio Brufau, entre otros) y de importantes dirigentes políticos de su época, como es el caso de Francisco de Narváez. Extrañamente, De Narváez, que volvió a los negocios y se olvidó de la política activa, es ahora uno de los más pródigos financistas de la campaña de Massa. Es mejor suponer que Massa no sabía con exactitud de dónde venía esa información; de otro modo, sería un beneficiario directo, con capacidad de liderazgo, del sistema de espionaje ilegal que acaba de describir el fiscal Gerardo Pollicita en su largo informe sobre las andanzas del espía trucho Zanchetta.

El sistema del que se benefició Massa, y que Milei desaprovechó en el debate, está en la órbita del servicio de inteligencia de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA), conducido por otro dirigente de La Cámpora: José Glinski. Glinski es actualmente diputado nacional electo por Chubut según los resultados de las elecciones del 22 de octubre pasado; es decir, ya cuenta con fueros parlamentarios que lo protegerán en los próximos cuatro años. No pocos funcionarios judiciales estiman que la policía aeroportuaria es uno de los grandes centros de espionaje ilegal del kirchnerismo. De hecho, fue una fotografía difundida extraoficialmente por esa policía la que dio origen a una causa judicial contra jueces federales que viajaron a Lago Escondido, en el sur del país, a quienes fotografiaron cuando llegaban al aeropuerto de Bariloche. Era claramente una foto extraída de las cámaras de seguridad de los aeropuertos. Los engranajes del lawfare funcionaron con la precisión de los orfebres en ese caso, pero no en contra de Cristina Kirchner, sino a favor de ella. No bien esa foto se conoció públicamente, tomó intervención la fiscal federal subrogante de Bariloche, María Etchepare, a pesar de que era a todas luces una operación ilegal de algún servicio de inteligencia.

La foto estuvo acompañada por la filtración de una pinchadura ilegal del teléfono del entonces ministro de Justicia y Seguridad porteño, Marcelo D’Alessandro, y de sus diálogos con jueces federales. Es cierto que en esa fiscalía de Bariloche trabaja como prosecretario Gustavo Révora, un primo hermano del ministro del Interior, Eduardo “Wado” De Pedro. La Cámpora quería (¿quiere?) ascender a Révora a juez federal de Bariloche, cargo que se encuentra vacante desde 2019.

A pesar de las claras apariencias de que se trataba de una operación política del espionaje ilegal, también tomó inmediata intervención –“intrusiva”, según la calificó uno de los magistrados puestos en la picota- la jueza federal subrogante de Bariloche, Silvana Domínguez. Esta jueza habilitó la feria de enero pasado para investigar esa foto manipulada por la policía aeroportuaria, pero se jubiló poco después, el primer día de febrero. Misión cumplida. Se sabe, a todo esto, que el fiscal de la Cámara Nacional de Casación Javier de Luca, muy cercano al kirchnerismo y a Justicia Legítima, alentó a la fiscal federal de Bariloche para que fuera “hasta las últimas consecuencias” con el caso de los jueces en Lago Escondido. Tales peripecias rodean las últimas horas de la campaña electoral que el domingo elegirá al próximo presidente del país. Un clima humedecido por las operaciones políticas, en las que, otra vez, prevalecen los servicios de inteligencia es fácilmente palpable en el ocaso de una etapa política.

El último debate presidencial dejó a no pocos argentinos abatidos por la decepción y la frustración. Muchos suponen que la opción entre Massa y Milei es la peor de las opciones posibles que había antes de la segunda vuelta. De todos modos, no se puede ignorar que esos dos candidatos, un pícaro y un inexperto, sumaron juntos casi el 67 por ciento de los votos. Existe, por lo tanto, una mayoría social que no se detiene en la calidad intelectual y política de sus gobernantes. La decadencia no es solo económica; también cubre a la política y a la sociedad. La otrora exitosa coalición Juntos por el Cambio deberá hacer una sincera y profunda reflexión sobre los errores que cometió para que las cosas resultaran así; es decir, para que esa alianza no pudiera ingresar siquiera a la segunda vuelta.

En 2021, en las elecciones legislativas de mitad de mandato, Juntos por el Cambio le ganó ampliamente al oficialismo de Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Los dirigentes cambiemitas (y buena parte de la sociedad) supusieron entonces que la presidencia que se dirimiría en 2023 estaba ya ganada. En lugar de debatir para elegir la mejor fórmula presidencial, descerrajaron a partir de aquella victoria una guerra civil entre sus dirigentes que duró hasta las vísperas de las elecciones primarias de agosto pasado. Luego, fue demasiado tarde para todo.

El caso Milei es especialmente ilustrativo de los errores que cometió Juntos por el Cambio. Como se vio en el debate del domingo último, y en las increíbles condiciones de ese debate que aceptó, La Libertad Avanza es un partido de amateurs. Hay en el partido libertario dirigentes con larga trayectoria política (Guillermo Francos, sobre todo), pero son muy pocos y no pueden atender en todas las ventanillas. “Dos amateurs con dos teléfonos celulares nos dejaron fuera de juego”, aceptó con notable franqueza un empinado dirigente de Juntos por el Cambio en alusión a Javier Milei y a su hermana Karina.

La guerra civil no ha concluido. El fin de semana pasado, el expresidente Mauricio Macri y el saliente presidente del radicalismo, Gerardo Morales, protagonizaron un cruce en las redes sociales inexplicable para dirigentes que forman parte de una misma coalición política. La pelea pública la comenzó Macri sugiriendo que Morales terminará votando el próximo domingo por Massa junto con Milagro Sala, la dirigente piquetera que es archienemiga del gobernador de Jujuy y que este metió presa. Morales le contestó a Macri en peores términos aún. ¿Espoleaban ambos la ruptura definitiva de Juntos por el Cambio? Es probable. Patricia Bullrich medió señalando que será la sociedad, más que nada la que votó a Juntos por el Cambio en la primera vuelta, la que resolverá quién tiene razón. Esto es: si Milei se convirtiera en el próximo presidente habrá ganado la línea política de Macri y de ella misma. Una clara mayoría de Juntos por el Cambio, infiere Bullrich, se habrá inclinado en ese caso hacia la línea más liberal de la coalición opositora. Si ganara Massa, en cambio, se habrá impuesto el paradigma político de un sector del radicalismo liderado por Gerardo Morales y de un sector de Pro que reconoce como referente a Horacio Rodríguez Larreta. Esa línea es más cuidadosa para conservar las cosas tal como las conocemos.

Elisa Carrió prefirió explayarse sobre la teoría del “amo y esclavo” después de observar el debate entre Massa y Milei. Colige, en efecto, que Massa castigó sin pausa y sin piedad a Milei. Sin embargo, algunos analistas de opinión pública concluyen, ya mirando los números posteriores al debate, que esa imagen de Massa, como un político frío e implacable frente a un inexperto con pocos recursos, terminó por beneficiar al candidato libertario. “Una mayoría social se inclinará siempre por la víctima y no por el victimario. Massa hizo uso y abuso de su poder y de su experiencia”, dedujeron.

La última polémica del larguísimo proceso electoral se cifró en la posibilidad o no de un fraude. El debate se extendió de tal manera que hasta intervino la Cámara Nacional Electoral, que garantizó públicamente la transparencia de los comicios. El problema es que muchos de los que defienden la pulcritud de las elecciones señalan, al mismo tiempo, la necesidad de que existan fiscales en todos los cuartos oscuros del país. ¿La necesidad de fiscales para que no haya trampas no es, acaso, una definición del fraude probable?

El propio Milei dijo hace poco que “si no puedo poner fiscales en todas las mesas no podré ser presidente”. Bullrich aseguró, a su vez, que su fuerza política está trabajando para poner uno o dos fiscales por mesa, para proteger la transparencia electoral, y que nunca habló con nadie de La Libertad Avanza sobre futuros cargos en un eventual gobierno del candidato libertario. Es mejor así. La política argentina se reformará profundamente a partir del próximo lunes. Tal vez los argentinos están viviendo los últimos días de una era que concluye definitivamente. Los mejores o los peores días. Quién lo sabe.