Sombrías perspectivas.
Avanza la conjunción de una sociedad desesperada, una economía destruida y un líder desequilibrado.
Autor: Eduardo Fidanza en Perfil ( * ) - 18/09/2023
No es necesario ser perspicaz ni original para darse cuenta: la Argentina avanza hacia un conflicto político de dimensiones y consecuencias incalculables. Si se efectúa una comparación histórica, se verá cómo convergen los factores que condujeron a otros países a este tipo de crisis: situación económica extremadamente precaria, amplias franjas de la población empobrecidas y humilladas, sentimiento generalizado de angustia e incertidumbre, desconfianza en la mayoría de las instituciones, élites desprestigiadas e impotentes para resolver los problemas. En ese contexto, antes y ahora, el surgimiento de liderazgos antisistémicos, de impronta redentora, fue la respuesta que las sociedades encontraron a sus desgracias.
En el siglo pasado, y en lo que va de este, la secuencia se repitió en Occidente con notable similitud. El descontento con la democracia facilitó el acceso al gobierno de líderes personalistas, de vocación autoritaria, cuyo argumento para legitimarse es culpar a las élites del sufrimiento popular. Los políticos recibieron –y reciben– el principal embate, debido a su responsabilidad indelegable, pero también al hecho de que su conducta queda indefectiblemente expuesta al escrutinio público, a diferencia de lo que les ocurre a los demás factores de poder. La “casta” es un adjetivo oportunista y eficaz, pero en absoluto novedoso. Tampoco lo es el significado que posee y el sentimiento popular que expresa. Si existe asombro es porque los políticos embotados creyeron que, a pesar del enorme desencanto social, esto no podía ocurrir.
Lo que debe entender Milei
Ampliando el paralelismo histórico, puede entenderse cómo se suicida la clase dirigente. Los autoritarismos, de antes y de ahora, son precedidos por síntomas de descomposición del sistema: malos gobiernos, fragmentación política, imposibilidad de acuerdos, privilegios, corrupción, delitos contra las personas, subestimación de los problemas e indiferencia al padecimiento de las masas. En esas condiciones se desata un drama: la política no tiene respuestas materiales ni simbólicas a demandas que la desbordan y se niega a ver. En la Argentina de los últimos años se administró mal y se acentuaron las divisiones entre los partidos. Populistas y republicanos libraron una guerra tan destructiva que convirtió sus ocasionales triunfos en victorias pírricas. Luego, en una deriva irracional, los republicanos se trenzaron en una interna feroz, que no tuvo “ni vencedores ni vencidos”. Perdieron todos y ahora están sufriendo las consecuencias trágicas de su desatino.
Estos graves errores son los que permiten imaginar quién tiene más chances de alcanzar la presidencia. Creemos que, si lo consiguiera, la razón de fondo no serán sus cualidades, sino las insuficiencias, en apariencia irremontables, de sus rivales. Empecemos por el que representa al Gobierno: la inflación supera el 120% anual, crece la pobreza, se pulveriza la moneda, el Banco Central carece de reservas, la inseguridad no da respiro, el Presidente y la vicepresidenta desaparecieron, y el candidato es el ministro de Economía. No cierra por ningún lado. Es más: si con estas condiciones ganara el oficialismo, se desataría un debate mundial acerca de cómo se consigue la legitimidad política; los gobiernos que cuidan el equilibrio fiscal comprobarían que lo que reditúa es la inflación galopante, y los que procuran ser racionales concluirían que son ilusos. La excepcionalidad argentina alcanzaría el paroxismo.
La representante de la oposición convencional no tiene las cosas más fáciles. Su candidatura es consecuencia de lo que llamamos antes una victoria pírrica: la consiguió con el costo de tantas pérdidas y extravíos, que el recuento de fuerzas arroja datos deprimentes. Logró derrotar a un moderado y ahora debe representar, sin convicción, el papel de aquel que venció, porque para capturar votos independientes se aprecia más la mesura que el todo o nada. Pero allí no terminan sus problemas. El jefe del partido que integra simpatiza con los valores del candidato outsider y, aunque diga que ella es su preferida, no termina de convencer. Y sus asesores tampoco la ayudan, al sugerirle que no ataque al que va primero, valiéndose del estereotipo de que no hay que cuestionar al preferido de la gente. Si se sacudiera estos equívocos, tal vez podría dar una sorpresa.
¿Está despejado entonces el camino del libertario? En parte sí, aunque el juego aún no terminó. Además de los problemas de sus rivales, cuenta con varios factores a favor. Ante todo, suscita un tipo de creencia que está más próxima a la religión que a la política, característica del liderazgo carismático. Muchos de sus votantes lo justifican y protegen, convencidos de que superará todas las dificultades e impedimentos. Si a sus seguidores se les plantea que la dolarización es prácticamente imposible, contestan: “Él la prometió, sabrá cómo hacerla”; si se les dice que es un desequilibrado, responden: “De eso lo acusan los políticos, porque saben que los va a hacer mierda”. Existen también deseos indolentes de estallido, que lo ayudan: “Por mí, que explote el país, no me importa. Así no se puede vivir más. ¿Qué podemos perder si ya lo perdimos todo?”. En la ascensión de los fascismos siempre se encuentran argumentos como estos.
El voto de los estafados
Si desciframos la situación del libertario, tal vez encontremos las claves que lo llevarán al triunfo o la derrota. Se consolida en el centro de la escena. Y es evidente que está bien asesorado. La construcción de un candidato más racional, atento a la gobernabilidad, lo demuestra; la aparición de voceros que matizan sus arrebatos, también. Y el protagonismo de la candidata a vicepresidenta, más allá de su negacionismo, debe leerse como un refuerzo de la cara femenina del postulante, que es resistido por muchas mujeres. Ahora, claro, habrá que ver si todos estos recaudos pueden torcer la naturaleza del personaje, que emerge a cada momento: la violencia insultante y la absoluta intolerancia a cualquier contradicción. El escorpión suele ser uno de los enemigos más temibles de los asesores de campaña.
Las sombrías perspectivas se basan en la convicción de que si ganara este hombre, el país se volverá ingobernable. Como hemos sostenido, la conjunción de una sociedad desesperada, una economía destruida y un líder desequilibrado semeja a los dragones que en los grabados medievales se devoran a los navegantes que entran en la tierra incógnita. En una época que utiliza el GPS, perderse en esas aguas amenazantes nos muestra hasta qué punto hemos retrocedido los argentinos.
( * ). Sociólogo. Licenciado en Sociología, Universidad de Buenos Aires. Fundador y director de Poliarquia Consultores. Analista político e investigador social. Ex columnista semanal del diario La Nación. Miembro de número de la Academia Nacional de Periodismo. Ex profesor titular regular de la UBA.