CÓMO ENTENDER EL "VOTO ANTICASTA": 11 TESIS SOBRE MILEI
La Argentina post 2001 también parió una corriente “anti-populista” que en los últimos años avanzó hacia posiciones cada vez más beligerantes contra el Estado, las políticas redistributivas y las organizaciones sociales. Al fin de este proceso emergió un candidato cuya masificación creció en espirales ampliadas hasta alcanzar el triunfo en las PASO. No es únicamente rabia ni antipolítica. El mileísmo género “un pueblo”: conquistó votantes en los sectores populares porque el discurso anti casta y promercado que antagonizó exitosamente contra los dos grandes partidos se hizo carne no sólo entre las juventudes, los chetos y los varones, sino en una multiplicidad de sujetos.
Autor: Por: Pablo Semán Nicolás Welschinger Anfibia - 22/08/2023
Simbólicamente sitiados
Marzo. El grupo de amigos que nos recibió para conversar un sábado por la tarde en una casa del conurbano bonaerense estaba integrado por jóvenes de familias peronistas beneficiarias de las políticas del kirchnerismo en empleo, salario y posibilidades educativas para sus hijos. La conversación estuvo dominada por la la angustia ante un presente doloroso y las incertezas por sus futuros personales. El sufrimiento no sólo se debía a las circunstancias laborales y económicas sino, también, al hecho de que el malestar que denunciaban apuntaba al bando político al que pertenecen sus mayores, al que votaron en elecciones anteriores, al que creen deberle logros vitales como la recuperación del trabajo de sus padres o las mejoras estructurales de sus barrios. Uno de los participantes, con lágrimas en los ojos, decía que viniera quien viniera, esto no podía seguir. Muchas de las quejas sobre la situación actual están moldeadas por la crítica mileísta: su visión de los planes sociales, de las elites dirigentes como “clase política” y del propio estancamiento económico como producto del déficit del Estado aparecían en sus intervenciones como algo que al mismo tiempo que les hablaba no podían aceptar. Paralizados por la angustia del futuro nos daban el mejor indicador de lo que sucedería meses después: más que territorialmente, el peronismo estaba sitiado simbólicamente.
Una elección destituyente
El 70 por ciento del electorado votó contra el gobierno y la fuerza gobernante. Ha sido un largo camino el que llevó a este resultado. La argentina posterior a 2001 no sólo contenía el retorno al “verdadero peronismo”. Esos mismos días parieron una corriente sociopolítica que recuperaba críticamente la herencia de la convertibilidad y las reformas impulsadas por Menem repudiando “la corrupción” y “el populismo”. Como el balance de esas reformas resultaba oprobioso esa corriente, después de la caída de la convertibilidad, se vio casi silenciada por un tiempo. Renació como antikirchnerismo poco antes de la disputa con “el campo”, que la potenció en intensidad y extensión. Y esos mismos contingentes crecieron y avanzaron hacia posiciones cada vez más beligerantes contra el Estado, las políticas redistributivas, las organizaciones sociales en un largo camino en que se sucedieron y relevaron los liderazgos antikirchneristas: Lillita Carrió desde los inicios, Francisco de Narvaez en 2009, Sergio Massa en 2013, Mauricio Macri en 2015, Patricia Bullrich y Javier Milei hoy. Una serie que jalona el crecimiento de las opciones cada vez más radicales en un proyecto que condensa en el valor de la libertad, la afinidad con el libre mercado a ultranza y la crítica de las instituciones igualitarias y públicas con el repudio creciente al legado kirchnerista cuyo significado en el tiempo tiende a invertirse.
Ese camino es tan largo, y tan pegado a nuestros trayectos vitales actuales, que se corre el riesgo de decir “es todo lo mismo”, “siempre la misma derecha”, “todos gorilas y fascista”, como ya se ha dicho, hasta encontrarse con lo que no debió haber sido una sorpresa. Pero lo fue porque las miradas legítimas en el círculo de sujetos políticamente activos, de productores y consumidores de información política se retroalimentaron de prejuicios del tipo “Milei no puede crecer porque no tiene estructura” o porque la grieta y sus protagonistas creyeron que sus conflictos eran lo único digno de tener en cuenta en la vida social. Cómo afirmó Esteban Schmidt, “Milei interpretó una oscuridad” que va más allá de la de los varones resentidos por el feminismo. Se trata la oscuridad en la que quedaron arrumbados deseos, frustraciones y voluntades de imperio a las que Milei le puso nombre, le adjudicó responsables y pudo canalizar en un tránsito que va de la frustración a la esperanza, al menos para una parte de la población.
No está de más tratar de entender ahora lo que no se pudo, no se supo o no se quiso entender antes. También es necesario actualizar análisis que dado el dinamismo de la situación exigen nuevas interpretaciones. Si todos vimos en Milei el emergente de la crisis de representación, el ariete social elegido contra la casta política, además hay que asumirlo como el resultado de una profunda crisis de nuestra capacidad de compresión de la sociedad argentina. Y es conveniente aclarar, contra cualquier tipo de mala fe, que no se trata de reivindicar los usos justificadores de la comprensión sino de tomar nota de cuáles son los los motivos de las personas para hacer lo que hacen y votar lo que votan. Los motivos son sagrados para la explicación de la acción social aunque sean objeto de combate para la acción política.
Milei crece en espirales ampliados
Hasta el día previo a la elección de las PASO proliferaban las fórmulas simplificadoras para evitar reconocer la densidad y amplitud del fenómeno de la candidatura de Milei: “Sólo se trata de otarios y virgos”, “es un fenómeno del AMBA” se afirmaba con con arrogancia.
Reducir el electorado de Milei al núcleo de sus impulsores iniciales parte de una falta de conocimiento de las transformaciones de la sociedad. Lo que comenzó hace ya algunos años creció, al menos, a partir de tres públicos sucesivos que se encauzan en la corriente político electoral que describimos al inicio. Un primer público integra dogmáticos antiprogresistas casi calcados de las fuerzas neo reaccionarias que triunfan en varios países del mundo: fundamentalistas de mercado, antiglobalistas, muchas veces antifeministas, que se agregan a través de la circulación internacional las ideas de las nuevas derechas y su articulación y expansión a partir de medios virtuales.
Un segundo público surge del proceso en que se suceden el triunfo y la derrota de Macri, la pandemia y la aceleración del proceso inflacionario. Se suman y masifican desde una experiencia social que no opone la calle y las redes: las integra. En un pivoteo entre esos públicos, Milei creció primero como economista televisivo y luego como político en dos momentos sucesivos: 2021 a nivel CABA/GBA y 2022/2023 a nivel nacional.
El tercer público que consolidó su masificación se forjó al calor mismo del actual proceso electoral por la presidencia. Los procesos electorales son expresivos de realidades previas pero mucho más son instituyentes de nuevas realidades. En la Argentina hay un tiempo de precipitación histórica que inicia en diciembre del año anterior a la elección y se acelera en marzo del año electoral y de ahí en adelante en cada mes. Los últimos en activarse y acelerarse son los electores para los cuales la elección y la conexión con los propios sentimientos políticos sobreviene como mucho diez días antes de la elección y a ellos se deben las sorpresas de los encuestadores y los informados. Varios desplazamientos, que explican la masividad que no pudo tener el liberalismo de señores con un sweater acomodado en los hombros, se encajan en esa temporalidad electoral que acelera la conversación pública.
Al antiestatismo dogmático le sucede la desconfianza y la frustración con el Estado argentino por sus desempeños concretos en salud, educación o seguridad y economía. A la viralización de Tik Tok sobre Hayek, Smith y diversos publicistas liberales le sigue la conexión con la experiencia del conflicto con regulaciones, impuestos que parecen obstáculos en las prácticas y las ansiedades económicas de una población que tiene en su mayoría empleos informales y corre detrás de la inflación con la sensación épica de dar una lucha desigual y solitaria. En esta masificación del mileísmo se suman los decepcionados por la tibieza de Cambiemos (que piden ir por todo reclamando la muerte del gradualismo), los ex votantes del Frente de Todos (que esperaban algo de lo que terminó siendo frustración) y los que votaron por primera vez luego de la lección anti-Estado que sacaron de la crisis pandémica (crisis que reforzó los motivos antigobierno de la mayor parte de los electores).
En este proceso político las identificaciones con “la derecha” como categoría anti-igualitaria y autoritaria en general van siendo eclipsadas por la impugnación de una élite -la casta- que exige deferencia sin dar nada a cambio y no controla ni la inflación, ni el orden, ni los servicios estatales. Seducidos por la masividad y exasperados por la irritación de los decires rutinarios que parecen ser parte del problema los votantes adquieren la convicción de que vale la pena arriesgar por lo nuevo ante el fracaso sistemático de lo conocido, como lo afirman desde la “famosa” Anamá Ferreira hasta empleados de supermercados, policías e incluso miembros de organizaciones sociales. Ahí hay un pueblo al que el despotismo ilustrado a ambos lados de la grieta ha dejado de lado. Y entonces la asunción de una identidad de derecha surge, si es que surge, como expresión relacional del proceso más amplio, en oposición al estado actual de cosas y ante sus defensores que se identifican como de izquierda: “¿Si esto es el progresismo por qué no ser de derecha?”. Pero para ese pueblo muy poco se resuelve en el posicionamiento espacial en el eje izquierda-derecha: hay un reclamo de eficiencia, de protección y un cuestionamiento al privilegio que se compatibiliza con uno de orden que vuelve muy problemática la clasificación identitaria que proponen una sociología y una opinión públicas hechas con escuadra y compás. Y esto no quiere decir que los dirigentes libertarios no tengan claro qué quieren, ni adonde quieren llevar las cosas. Pero sí quiere decir que la sociología del voto no es igual al destino de su capitalización política en un proyecto excluyente.
A la ideología se adhiere desde la experiencia
La ideología no es el dogma declarado. A la ideología se la constituye en la experiencia y la experiencia del Estado y del mercado en las dos últimas gestiones de gobierno ha sido fuente de un sinsentido para muchos electores que fueron encontrando en las explicaciones de Milei un ordenamiento convincente.
Más allá del núcleo de jóvenes nerds que el progresismo ama odiar, veamos las capas que se sumaron al mileísmo de forma creciente desde 2020. ¿Qué experiencia es la que conecta el discurso pro mercado y anti casta de Milei? Leído desde las cúpulas, incluidos los análisis comprometidos de ambos bandos de la grieta, en la contienda actual se ven dos facciones: progresistas, estatistas y desarrollistas por un lado y aperturistas liberales por el otro. Vistas las cosas desde la sociedad con todas sus heterogeneidades se aprecia un impulso diferente, lo que en nuestro trabajo hemos llamado mejorismo.
Para el mejorismo, la idea de que el progreso personal es posible y que se basa en el esfuerzo individual, está en la base de una gama de muy variadas relaciones con el Estado y la política: nadie, ni libertarios, ni peronistas, ni cambiemitas admiten querer regalos sino posibilidades. La de emprendedor no es una categoría meramente económica sino centralmente moral: “la gente de bien” no permite que nadie le regale nada. Para los mejoristas el esfuerzo personal es la medida de todas las cosas y la cuantificación de su rentabilidad la vara con que juzgar la dignidad ajena.
Y esto no quiere decir que, en la medida en que estos desplazamientos se nutren de condiciones de vida y experiencias novedosas, no haya avanzado subterráneamente una concepción capaz de darle al mercado y su disciplina un espacio extraordinariamente ensanchado en la historia argentina.
El mileísmo masivo se alimenta de esa subjetividad forjada al calor de las crisis sucesivas: el sobreviviente de la "infectadura", el héroe del mercado, el emprendedor de sí mismo, la superioridad moral del león que se impone en la ley de la selva. El mejorismo es la práctica y la conciencia de la práctica a la que el discurso de Milei quiso y logró seducir. Si, como dijo Martín Rodriguez, Milei ganó las PASO porque “armó el PT de los trabajadores pobres” es porque impactó al corazón de los mejoristas como conjunto. Aquellos que más necesitan de lo público y que más sufren en sus condiciones materiales de vida la mímica estatista, la inseguridad y la devaluación constante de sus derechos (¿y qué son hoy por hoy esos derechos sino pesos que se devalúan al calor de la crisis?), encuentran en la narrativa libertaria una explicación convergente con la idea de si mismos.
El viento político arrasa los ranchos sociodemográficos
No se trata de quedarse en la correspondencia que pueda haber entre ocupaciones y voto, edades y voto, género y voto. El mileismo generó “un pueblo”, como dice Martín Rodríguez: obtuvo una votación amplia a nivel nacional y notable en los sectores populares porque el discurso anticasta y promercado que antagonizó exitosamente contra los dos grandes partidos se hizo carne no sólo entre las juventudes, los chetos y los varones, sino en una multiplicidad de sujetos.
Si las identificaciones con Milei presentaron privilegiadamente algunas situaciones laborales, el avance de la situación electoral mostró que los sentimientos de agobio con la oposición tradicional y el oficialismo fueron canalizados por el discurso libertario en una oleada masiva y transversal a las cuadrículas sociodemográficas. Todo se sucede como si -impulsado primero por su emergencia durante la cuarentena, luego por su masificación a la salida de la pandemia y finalmente con la consolidación del batacazo electoral- Milei encontrase en la coyuntura electoral un campo fértil para que su llamado carismático le permita continuar ganando adhesiones en sectores antes impensados frente a la desorientación de sus rivales. Confirmando que la dinámica de convocatoria que ahora lo impulsa es de una naturaleza distinta a la que le proporcionó sus primeros militantes.
De Milei atrae tanto “lo que dice” como el “cómo lo dice”. Su performance rupturista, que aunque pueda recordar a Trump o Johnson no remite a ninguna otra performance de la historia argentina en su tono y en su prédica, fue resonando con la experiencia popular a partir de hablar distinto de lo que sus adversarios intencionadamente dejaron de nombrar. Como explica Martín Plot, cuando “un paradigma o régimen político -en este caso el régimen de la polarización entre dos coaliciones que han sido oficialismo en la última década- empieza a mostrar signos de incapacidad para dar sentido o integrar a un número creciente de experiencias colectivas, aquellos que hablan diferente empiezan a ser escuchados”. Y ese es el momento en que irrumpen los “poetas vigorosos”: aquellos que encuentran su fuerza en el hecho de dar sentido a lo que los otros ya no pueden1.
Por fuera del lenguaje gastado de sus adversarios, en su función de poeta vigoroso, Milei se empeñó por resignificar la idea de Nación, de lo popular y de Justicia. Buscando capturar la rebeldía, su discurso logra al mismo tiempo volverse inaudible para el peronismo dogmático y minoritizado, en versiones morenistas o progresistas ya que poco importa si se evoca el caballo pinto o una Eva con pelo suelto, y forja otra audibilidad para un público policlasista y en expansión. Milei mismo ya había observado hace un año y medio que mientras que el círculo rojo de la política menospreciaba el discurso libertario como “ruido blanco” en vías de extinguirse en la intrascendencia, una mayoría silenciosa pero interesada comenzaba a escucharlo.
Ni solo rabia, ni sólo antipolítica
“No soy más un indignado, soy un esperanzado gracias a Milei”. El desplazamiento de la indignación a la esperanza, de la bronca crítica a la adhesión apasionada, también aparecen en los públicos de la masificación libertaria por fuera de ese primer núcleo más ideológico. En el discurso de Milei se ha enfatizado en su carácter reactivo, rechazado su componente emocional y subestimado su prédica explicativa, argumental.
Es la rabia y la pasión anti casta tanto como lo fueron el antimenemismo o el repudio del alfonsinismo que tampoco fueron meramente reactivos. La pasión anti políticos de La Libertad Avanza es un momento, que no excluye la dimensión programática. Podrá ser excéntrica, autoritaria, pero no está comprobado que lo convencional haya funcionado ni que no hayan llegado al poder políticos con propuestas extravagantes durante procesos de abrupta decadencia de consensos que se desvencijaron.
El mileísmo toma la iniciativa, se define, se enorgullece y dispara una politización veloz en la que los sentimientos y los programas se entraman con un ritmo que sorprende a los contemporáneos, pero se compara a cualquier proceso político en los que una generación o una sociedad entera viran ¿Por otra parte por qué luego de haber encomiado tanto el sentipensamiento le viene ahora al progresismo tanta tirria con el elemento emocional en la política?
La incoherencia de señalar incoherencia
“Votan a Milei y después quieren el Estado”, “lo votan pero rechazan sus propuestas”, reza un análisis que parece ser al mismo tiempo una especie de castigo para la incoherencia del votante mileista señalado como el más tonto del condado. Sucede que para estos votantes supuestamente contradictorios, “el estado del Estado” es deplorable y los responsables son los que estuvieron y los que están. Para quienes en el pasado formaron parte del llamado voto blando del FdT y JxC la presencia del Estado en educación, salud, transporte y seguridad son un padecimiento. Es la experiencia diaria de lidiar con una estatalidad nominal o de muestras gratis, con intervenciones percibidas como arbitrarias, cercenadas y sesgadas, la fuente de la crítica social del estado del Estado. Antes que un rechazo doctrinario en abstracto al rol del Estado como actor en la vida social, estos votantes señalan en concreto la inconsistencia de la intervención estatal en sus vidas.
Pero esto no es todo. Se olvida que los votantes de Milei, como los votantes de cualquier partido político salvan la contradicción que les señalan jerarquizando sus objetivos: quieren que se vayan estos y después se verá.
Y más aún: aquellos que en 2015 fueron seducidos por la promesa cambiemita de una revolución económica sin víctimas (“nadie va a perder nada”) o aquellos que CFK buscaba convocar en 2019 con la idea de que el macrismo “desordenó la vida de la gente” son los mismos que hoy se ven convocados por un Milei que, como dice Mayra Arena, los dignifica al hablarles como sujetos que cuentan con la fuerza necesaria de cambiar la fatalidad de sus destinos si lo acompañan en su promesa de rebelarse contra las injusticias del sistema de la casta.
El voto anti casta a Milei tiene componentes anti deferentes de reivindicación de la autonomía personal frente a las injusticias de ese sistema que hacen que en la masificación del voto libertario se encuentren entremezclados y coexistan, elementos autoritarios con reivindicaciones y demandas democrática, deseos de revancha social con demandas de bienes públicos.
Milei logra la unificación de todos esos elementos contradictorios a partir de antagonizar en contra de un responsable concreto y primordial. Resulta muy extraño que quienes pensaron sus luchas políticas de la mano de la teoría de Laclau, a partir de la posibilidad de la promoción de símbolos que equivalían a demandas plurales e inclusive contradictorias, inquieran el voto del antagonista con la lógica racionalista del Siglo 19. Una recomendación: menos paja en el ojo ajeno y saborear la propia medicina.
Nacionalismo y dolarización
La fusión de nacionalismo y liberalismo a ultranza puede parecer extraña, pero es uno de los senderos que recorren los votantes de Milei, especialmente los provenientes de las últimas camadas en las que se combinan un origen que ya no es el de los deciles más altos de la sociedad, con un viraje reciente hacia posturas de la derecha antiglobalista. En la medida en que la idea de que la única salida es Ezeiza, que es fogoneada por y para un público que tiene la ilusión y la posibilidad de irse y tener éxito, aparece mellada por la circulación global de la novedad de que el proyecto migratorio no es tan fácil ni tan promisorio, las posibilidades antiglobalistas, preconizadas por los sectores más radicalizados y/o afinados con la las vertientes de la derecha extrema el nacionalismo reverdecen.
Entre el arraigo y, tal vez, el conocimiento más o menos difuso que el mundo “está difícil” para los que migran, el nacional liberalismo es una alternativa natural que no necesita de la coincidencia consciente con la alt right europea. Desde ese punto de vista, aquellos que deciden irse del país haciendo de esa postura una distinción esconden una resignación que los acerca más a los responsables de la inercia decadentista. Una alteridad difusa que abarca desde los chetos hasta los que viven de privilegios sin esforzarse… ellos también son la casta.
Para la versión del nacionalismo que componen los libertarios, la dolarización, antes que la renuncia a la soberanía nacional, es una vía de salida para volver a darle previsibilidad y futuro al país. A la crítica de la mímica estatal le sucede la crítica a la mímica del peso argentino como moneda fallida. “Un peso zombie”, grafican por Tik Tok para apoyar la convicción libertaria de que ya estamos dolarizados de hecho, pero tenemos todas las desventajas y ninguno de los beneficios de la moneda fuerte. Para ellos la dolarización no acarrearía una pérdida de soberanía sino poner fin a la incertidumbre inflacionaria, la posibilidad de recuperar la previsión de cálculo, contabilizar cuán lejos o cerca están los sueños del terreno y la casa propia. Es por patriota que Milei pide la dolarización.
Las mujeres y la libertad de los libertarios
Si bien el hecho de que los hombres adhieren a LLA en mayor proporción que las mujeres evidencia la falta de afinidad de esa fuerza con la igualdad de género, hay un contrapunto: las mujeres que votan al libertario rechazan el machismo aunque esto no se exprese en el lenguaje de los ministerios. Una recurrencia que emerge en los focus groups en los que participan personas con diversas posiciones sexogenéricas es que las mujeres que votan a Milei reconocen, deploran y combaten las agresiones de género y a su vez eluden o relativizan la contradicción entre los planteos machistas del candidato y sus posiciones feministas. Lo hacen en maniobras que se parecen bastante a la que afrontan los votantes de cualquier espacio político que por su heterogeneidad también elaboran y relativizan las contradicciones de sus candidatos ¿O acaso los militantes del FdT que odiaron a Massa no lo transformaron en su salvador? ¿o los militantes de JxC no intentan conciliar aspiraciones democráticas con impulsos autoritarios? Pues bien: no se debe esperar otra cosa de algunas de las mujeres que votan a Milei. Otras, seguramente, tendrán otros modelos de femineidad. Pero en suma: entre feminismos sin marco teórico y mujeres tradicionales, en el salto del 20 al 30% el predominio masculino en el voto de Milei probablemente no es el mismo que se denunciaba hace meses.
Laclau puso la teoría, Milei puso la práctica
Milei forja así un “populismo de la libertad” a partir de ir anudando su prédica con la experiencias de aquellos para los que la oposición “la derecha o los derechos” ya no hace sentido porque no hay derechos que les asistan. “Peor no podemos estar” es una convicción concluyente entre los que conformaron esa tercera onda que terminó por masificar su candidatura. Si en los cacerolazos de 2012 uno de nosotros ya advertía sobre "un sujeto en plan de nacer" que formaria un “polo de la libertad”, once años después vemos consumado ese sujeto con la fuerza de mutar en dos meses de un populismo de la libertad a uno de la demolición como sostiene Jerónimo Pinedo. Único impugnador legítimo de los dos ex oficialismos en el ring electoral, Milei podrá lanzarse a la alegre tarea de divorciar la democracia de la igualdad social.
Los libertarios podrían hacer suya la frase de Thatcher, “la economía es el método, el objetivo es cambiar el alma”, pero a la inversa. Si Thatcher luchaba en la economía para desarraigar del alma popular los consensos del welfare laborista, para alcanzar el objetivo de cambiar la economía Milei busca como método conectar con un alma popular que ya cambió.
Mucho más que el reflejo de una ola mundial
Lo sucedido en Brasil, Hungría, Italia y EEUU no es una lección aprendida para el progresismo porque el “optimismo de la voluntad” ha derivado en una forma de fingir demencia desgraciadamente efectiva. Pero tampoco ha sido un aprendizaje para JxC que se durmió en las posibilidades imaginarias del poder, la inercialidad de la propia fuerza y la ilusión de control que les produce a los dirigentes la medición minuto a minuto, la vista supuestamente panorámica que ofrece el palacio. Por eso no se trata de la incapacidad o falta de voluntad de las personas.
Lo que subyace a estas imprevisiones es mucho más que la tardíamente percibida erosión del sistema político: por debajo de ella se despliega un proceso histórico en el que el papel del Estado, en que se ancla el sistema político en crisis, ha sido superado por un lado y puesto en cuestión por otro lado. El pensamiento de Estado, y el vinculado al sistema político, sirve más para retroalimentar la ceguera del sistema político que para revertirla porque el Estado, entre sus múltiples limitaciones, ya no es el punto de vista sobre todos los puntos de vista. Muchas cosas le resultan opacas. Aún hoy las coaliciones existentes y sus satélites intelectuales y técnicos apuestan al triunfo en segunda vuelta del “sistema”. Pero si no lo hace se abrirá en la historia de la exclusión y la violencia un capítulo argentino que hará contribuciones propias la ola mundial en la se excusan los responsables políticos e intelectuales de las crisis de representación y comprensión. De la misma manera que el menemismo o el kirchnerismo fueron “faros mundiales” de sus propios tiempos lo que pueda venir por el camino que Milei abrió será más que una réplica de lo que trae la época.
El análisis político está anclado a un pasado con Estado benefactor legítimo y operativo, derechos humanos, fuerzas sociales empatadas y un proceso igualador legítimo; sigue mecánicamente el antecedente europeo, aunque los 40 años que le tomó a las ultraderechas que fueron del margen al centro de la política europea y los topes institucionales que encuentra por ejemplo Melloni en Italia o Macron en Francia no tienen correlato latinoamericano. En Brasil donde una transición gradual de la dictadura a la democracia abrió espacio impensado al reformismo lulista todo volvió a un punto de partida previo a la constituyente de 1985 en muy poco tiempo y de ese pantano le está resultando muy difícil salir al nuevo gobierno del PT. Aquí puede ser más agudo y más rápido: las dimensiones gigantes de la marginalidad incrementada con las décadas estanflacionarias son el combustible para un paso al abismo: incluso con elecciones libres y parlamento podemos legar al mismo tiempo a una democracia sin liberalismo político y sin más perspectiva social que el mercado.