El sueño eléctrico de un mundo sin petróleo.

El combustible fósil solo está en sitios específicos favorecidos por la geología; en contraste, cualquiera puede producir electricidad.

Autor: The Economist en La Nación - 25/03/2018


El petróleo modeló el siglo XX. En la guerra, dijo el líder francés Georges Clemenceau, el petróleo fue "tan vital como la sangre". En la paz, el negocio petrolero dominó las bolsas, financió déspotas y apuntaló las economías de países enteros. Pero el siglo XXI verá amenguar la influencia del petróleo. El gas natural barato, la energía renovable, los vehículos eléctricos y los esfuerzos coordinados por enfrentar juntos el calentamiento global significan que la fuente de energía preferida será la electricidad. Eso es positivo. La era de la electricidad disminuirá el poder del negocio petrolero de US$2 billones, reducirá los puntos críticos que han convertido al petróleo en fuente de tensión global, pondrá la producción de energía en manos locales y hará más accesible la energía a los pobres. También hará más limpio y seguro al mundo, incluso tranquilizadoramente aburrido. El problema es cómo llegar de aquí a allá. La transición puede resultar peligrosa no sólo para los productores de petróleo, sino también para todos los demás.

El petróleo y la electricidad tienen marcados contrastes. El petróleo es un combustible asombroso, que contiene más energía en relación a su peso que el carbón y en relación a su volumen que el gas (que siguen siendo las principales fuentes de electricidad). Es fácil de trasladar, de almacenar y de convertir en una miríada de productos refinados, desde nafta, pasando por plásticos, hasta productos farmacéuticos. Pero solo se encuentra en lugares específicos favorecidos por la geología. Su producción se concentra en unas pocas manos y sus proveedores oligopólicos sistemáticamente buscan controlar al mercado, alimentándolo por goteo, para mantener elevados los precios. La concentración y la cartelización hacen que el petróleo sea proclive a las crisis y que los gobiernos de estados ricos en petróleo sean proclives a la corrupción y los abusos.

La electricidad es de uso más difícil que el petróleo. Es difícil de almacenar, pierde impulso cuando se traslada a grandes distancias y su transmisión y distribución requieren de una intervención regulatoria directa. Pero en todo otro sentido promete un mundo más pacífico.

La electricidad es difícil de monopolizar porque puede ser producida a partir de numerosas fuentes, desde el gas natural y la energía nuclear hasta el viento, el sol, la fuerza hídrica y la biomasa. Cuanto más se reemplaza el carbón y el petróleo como combustible para su generación por estas fuentes, tanto más limpia promete ser. Además, dadas las condiciones de clima adecuadas, también es abundante geográficamente. Cualquiera puede producir electricidad, desde los alemanes que alardean de ser los más verdes a los keniatas pobres en energía.

Es cierto que las tecnologías utilizadas para producir electricidad a partir de recursos renovables y las tierras raras y minerales de las que dependen algunas, incluyendo los paneles solares y las turbinas eólicas, podrían estar sujetos a proteccionismo y guerras comerciales.

China, que produce el 85% de las tierras raras del mundo, ajustó fuertemente las cuotas de exportación en 2010 con celo comparable al de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo). Estados Unidos y la Unión Europea han impuesto aranceles a las importaciones de paneles solares chinos. Pero las sustancias vitales involucradas en la generación y almacenado de la electricidad no se queman como el petróleo. Una vez que existe un stock de ellas puede ser reciclado en su mayor parte. Y aunque la producción actual esté concentrada, el planeta cuenta con depósitos no explotados o sustitutos de la mayoría de los materiales, con lo que se puede frustrar a cualquier monopolista putativo. Las tierras raras, por ejemplo, no son raras: una de ellas, el cerio, es casi tan común como el zinc.

La electricidad también premia la cooperación. Debido a que los recursos renovables son intermitentes se necesita de redes regionales para trasladar electricidad de donde abunda a donde no. Esto podría replicar la política de gasoductos en la que incurre Rusia con su abastecimiento a Europa. Pero es más probable que, dado que las redes están interconectadas para diversificar la provisión, más países interdependientes concluyan que manipular el mercado se les volverá en contra. Al fin de cuentas y a diferencia del gas, no se puede almacenar la electricidad en la tierra.

Difícil de alcanzar

Por tanto, un mundo eléctrico es deseable. Pero llegar a ello será difícil, por dos motivos. Primero, al reducirse las rentas, los gobiernos autoritarios dependientes del petróleo podrían hundirse. Pocos lo lamentarán, pero su deceso podría causar inquietud social y sufrimientos. Los productores de petróleo tuvieron un anticipo de lo que vendrá cuando el precio se hundió en 2014-2016, lo que condujo a medidas de austeridad profundas e impopulares.

Arabia Saudita y Rusia han detenido temporariamente su debilitamiento reduciendo la producción y elevando los precios del petróleo, como parte de un acuerdo entre la OPEP y otros. Necesitan de precios elevados y que esto les dé tiempo para terminar con la dependencia de sus economías del petróleo. Pero cuanto más elevado el precio del petróleo, tanto mayor el incentivo para que monstruos sedientos de energía como China y la India inviertan en electrificación a base de recursos renovables para contar con una provisión más barata y segura. Si se derrumbara la alianza de productores ante una declinación a largo plazo de la demanda de petróleo, los precios debieran hundirse nueva y definitivamente.

Eso llevará al segundo peligro: las consecuencias para los inversores en activos petroleros. A los estadounidenses dedicados al fracking les basta ver a los malogrados mineros del carbón de su país para tener una visión de su destino en un distante futuro pospetróleo. La Agencia Internacional de Energía, un pronosticador, calcula que si en los próximos años se acelera la acción para limitar el calentamiento global a menos de 2° C, podrían quedar abandonados -es decir, obsoletos- activos petroleros por valor de US$1 billón. Si la transición es inesperadamente repentina, las bolsas podrían quedar peligrosamente expuestas.

La tensión es inevitable. Por un lado la política gubernamental debiera buscar avanzar en la transición lo más rápido posible. Por el otro, una transición rápida causará conmociones. Es previsible que los grandes consumidores, especialmente India y China, forzarán la marcha.

Traducción de Gabriel Zadunaisky

Por: The Economist