Ana Mon: Quiero llenar el país de bibliotecas y comedores.

Fue nominada 15 veces al Nobel de la Paz por su proyecto solidario de apoyo familiar que tiene más de mil centros abiertos en el mundo, entre casas para chicos, talleres de oficios y emprendimientos productivos. Trabajadora incansable, aún se pregunta: "¿por qué unos tanto y otros nada?"

Autor: Victoria Pérez Zabala Revista LA NACION - 25/12/2017


No hay tiempo; no hay tiempo. A la mujer nominada quince veces al premio Nobel de la Paz no le alcanzan las horas del día. Se acuesta pensando en algún problema y se despierta con la solución. Hasta en sueños ejercita el músculo de la gestión solidaria. "Un tractor con alma" la describen en un libro que lleva su nombre. A la una y media de la madrugada entra el mensaje de Ana Mon por WhatsApp. Dice que quiere llenar el país de bibliotecas y comedores. Llenarlo. En sus manos el teléfono es una herramienta poderosa. Hace 33 años dirige la Federación Argentina de Apoyo Familiar. Su apellido, Mon, en catalán significa mundo y los 1004 centros de la institución se encuentran distribuidos en tres continentes: América, Asia y África. Es reconocida a nivel internacional, no sólo por las repetidas nominaciones a la más alta distinción por contribución a la humanidad, como es el Nobel de la Paz, sino por estar en las páginas de las Naciones Unidas: es la presidenta de la Confederación Internacional de Apoyo Familiar reconocida con estatus consultivo especial ante el Consejo Económico y Social (Ecosoc).

La casa de Mon se encuentra a mitad de cuadra sobre la calle 33, en La Plata. Una zona tranquila de clase media que bordea con Tolosa. Las puertas y ventanas son azules. Una Santa Rita en flor se desborda sobre el pasto de la entrada, donde recibe su marido con un: "Ella ya te va a contar". La voz llega antes que ella. Está hablando por teléfono en la planta alta de la casa. "Soy Ana Mon", se oye a la distancia. Está resolviendo cómo hacer llegar el dinero de una donación. Se escuchan frases sueltas como "al grano" y "sólo una cosa te quiero pedir". Corta y a los treinta segundos vuelve a sonar. La espera es entretenida por la disposición de un living en el que no hay espacios vacíos. Quince almohadones decoran los sillones. Sobre las paredes hay flores de tela traídas de Mar de las Pampas. Frente al sillón principal, un cuadro de pinceladas impresionistas transporta a un campo con una hilera de árboles al fondo. Un hombre trabaja la tierra, bajo un cielo cubierto de nubes de tormenta. Sólo en el centro, algunas más claras y livianas. Pareciera que se cuela un rayo de sol.

"Soy una abuela amante de los colores, las mariposas y los girasoles", dice al bajar la escalera de madera. Saluda, se acomoda en el sillón y pasa un minuto sentada. "Esperá que me olvidé de bajarte algo", dice, y vuelve a subir y luego a bajar con dos libros y una pila de fotocopias. A los 69 años, Mon es imparable. Acaba de volver de Europa. Dos días en España, dos en Alemania, y otros dos en París, para sembrar proyectos y cosechar nuevos centros.


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