El fin del chavismo puede transformar la región.

El presidente venezolano Nicolás Maduro, en el palacio presidencial de Miraflores en Caracas (AP/Ariana Cubillos) Ariana Cubillos - AP

La democratización venezolana es un imperativo para la estabilidad regional: por los alineamientos geopolíticos del chavismo y por la expulsión de población que produce su penuria crónica

Autor: Carlos Pagni LA NACION - 25/07/2024


Las elecciones que se celebrarán el próximo domingo en Venezuela tienen un significado que excede la política doméstica de ese país. De la cancelación de la dictadura de Nicolás Maduro depende que no se relance una oleada migratoria que podría encaminar hacia el extranjero a alrededor de un millón de ciudadanos. Un cambio de gobierno permitiría, además, la reanudación del proceso de integración regional, que se ha vuelto inviable con el chavismo en el poder. Sin contar lo que impacta la permanencia de ese régimen opaco sobre el juego global: Caracas ha sido la principal plataforma para la operación de China, Rusia e Irán en la región. Existe, como es obvio, otra dimensión que internacionaliza el significado de esos comicios. El drama venezolano se ha convertido desde hace años en una contraseña para los alineamientos internos en la política de otros países. Alcanza con detectar si, para un líder o un partido, el sistema fundado por Hugo Chávez es o no una dictadura, para deducir su ubicación frente a una colección de otras materias.

La posibilidad de que ese giro se produzca estará este domingo mucho más cerca que otras veces. En principio, porque en las encuestas de calidad el principal candidato de la oposición, Edmundo González Urrutia, aventaja a Maduro por alrededor de 20 puntos. Otra novedad muy importante es que esta vez los rivales del chavismo consiguieron unificar su oferta. Y nadie propuso no votar. Aun cuando el oficialismo impusiera proscripciones. La más escandalosa fue la de María Corina Machado, que progresaba como la figura más competitiva. Machado delegó su representación en la académica Corina Yoris. Pero a Yoris también se le impugnó la inscripción. Así se llegó a la candidatura de González Urrutia, un diplomático a quien muchos argentinos relacionados con la política exterior recuerdan, porque fue embajador en Buenos Aires entre 1998 y 2002. La clave de esta selección tan accidentada es que las aspirantes bloqueadas no se tentaron con llamar a la abstención.

Hay otra modificación en el paisaje. Dos aliados tradicionales de Maduro perdieron la paciencia. Son el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, y el presidente de Colombia, Gustavo Petro. Ambos señalaron en varias oportunidades que el dictador venezolano debía asegurar elecciones transparentes. Petro dijo que había que dar a la oposición garantías de respeto al resultado. Lula lo fraseó de otra manera: el desenlace debe ser aceptado por todos.

Las advertencias de estos presidentes se inspiran en varias razones. Una ya se consignó: para muchos venezolanos las elecciones del domingo son la última oportunidad que dan a su país. Si entienden que Maduro apeló al fraude, decidirán migrar. ¿Hacia dónde? Los destinos más cercanos son Colombia y Brasil.

No hay que desdeñar otro factor, sobre todo en el caso de Lula. La complicidad con un régimen autoritario y corrupto como el de Maduro ha impuesto un costo frente a la propia opinión pública que ya se ha vuelto insoportable. Este es un problema que se extiende a la izquierda a escala internacional. El chavismo, que fue visto en sus albores como la esperanza de un socialismo que se recreaba después de la caída del Muro de Berlín, hace tiempo que avergüenza.

La gota que rebalsó el vaso para el presidente brasileño está ligada a un ajedrez cifrado. La movilización, a mediados de mayo, de tropas venezolanas en la frontera con Guyana. La excusa fue defender el Esequibo, que es motivo de un largo conflicto limítrofe. Pero la interpretación generalizada es que Maduro exponía la seguridad de la región con el objetivo de movilizar sentimientos nacionalistas que sostengan su corroído liderazgo. Para Lula hubo un agravio adicional: como consecuencia de esa aventura, Estados Unidos incrementó la presencia de sus tropas en Guyana.

Estos chisporroteos se tradujeron en declaraciones. El presidente de Brasil dijo que él mantendría relaciones respetuosas con quien quiera que gane el próximo domingo. Apuntó que los vínculos internacionales se tienden entre Estados y deben dejar de lado las simpatías personales. Es una definición muy relevante. No sólo porque presume que puede haber un ganador, González Urrutia, que a él podría caerle menos simpático. Por extensión, Lula hablaba de su trato con la Argentina, encapsulando el fastidio mutuo que se profesan con Javier Milei. Es el destilado de una semana de trabajo de Itamaraty, la Cancillería brasileña, que convocó al embajador en Buenos Aires, Julio Bitelli, para encarrilar la relación bilateral.

Las elecciones del domingo desataron un duelo verbal entre Maduro y Lula. El dictador caribeño dijo que, si perdía, a su país le esperaba un baño de sangre. Lula confesó que le asustaron esas premoniciones. Y que, si Maduro perdía, lo que tenía que hacer era irse. Maduro retrucó: “Si alguien tiene miedo, que se tome un té”. En el entorno del líder del PT aseguran que este “nuevo Lula”, el del tercer mandato, tiene muchísima menos tolerancia para las alusiones personales. Otra derivada hacia Milei.

El cambio de actitud del gobierno brasileño tuvo una consecuencia institucional. El Superior Tribunal Electoral resolvió enviar a Venezuela dos veedores que supervisen la calidad de los comicios. Un mes atrás, invitado a destacar esos funcionarios en Caracas, se había negado a hacerlo. Anoche hubo un regreso a la posición original a raíz de que Maduro criticó el sistema electrónico de las elecciones de Brasil. Inesperada coincidencia del bolivariano con el ultraderechista Jair Bolsonaro.

El Poder Ejecutivo brasileño estará representado entre los observadores, nada menos que por Celso Amorim, el asesor personal de Lula en política exterior. Al menos era lo decidido hasta anoche. Es una posición muy relevante. La voz de Brasil, por el peso del país, y por estar gobernado por un movimiento de izquierda, va a ser poderosísima el domingo. Si Amorim sugiere que el resultado no ha sido transparente, Maduro estará en problemas. Así se explica el ataque al sistema brasileño. Ante la eventualidad de un desenlace controvertido, Petro reaccionó de otra manera: resolvió no enviar a Luis Gilberto Murillo, su canciller, como veedor electoral.

Otra situación es la de algunos expresidentes amigos del régimen que fueron invitados a participar como observadores. El dominicano Leonel Fernández, el panameño Martín Torrijos, el colombiano Ernesto Samper y el español José Luis Rodríguez Zapatero. La presencia de Zapatero en ese pelotón entraña una confesión: es muy posible que vayan a legitimar lo que Maduro diga que pasó. Zapatero encarna una versión del socialismo español muy cercana al chavismo. Si no se notara demasiado, ahí está Felipe González, que en cada convención partidaria saca de quicio a su compañero con una verdad de Perogrullo: “Las dictaduras son dictaduras, sean de izquierda o de derecha”. González ha asumido un compromiso sistemático con la democratización de Venezuela, que lo llevó a patrocinar como abogado al perseguido Leopoldo López.

Alberto Fernández estaba en el club de exmandatarios que, invitados por el régimen, estarían en Caracas este fin de semana. Pero decidió no concurrir porque lo desinvitaron. Fue a raíz de que incurrió en una herejía: dijo que, si Maduro pierde, debe entregar el poder. Fernández confesó ayer no entender en qué había ofendido al dictador. Usó a Lula como escudo. “Sólo dije que el que gana, gana, y el que pierde, pierde”. Increíble: no se dio cuenta de que ahí está el problema. Más Alberto Fernández que nunca, al comunicar con una larguísima declaración que le pidieron que no fuera, ocasionó un daño enorme a la dictadura de Maduro. También a los otros colegas que siguieron invitados: Zapatero, Fernández, Torrijos y Samper. Hay que suponer que, para ellos, el que pierde, si es Maduro, gana.

El kirchnerismo estará representado en Caracas por una colección de dirigentes encabezada por Ariel Basteiro. Es un experto en denunciar golpes contra regímenes autoritarios. Ya lo hizo siendo embajador en Bolivia y acusando al gobierno de Mauricio Macri de lanzar una asonada con balas de goma. Estarán también un chavista consecuente como Atilio Borón, los sindicalistas Hugo Yasky, Roberto Baradel, Ignacio Cámpora y Daniel Catalano, y el intendente de Ensenada, Mario Secco.

Desde el equipo de campaña de González Urrutia invitaron a varios argentinos a acompañar la elección. Son María Eugenia Talerico, Francisco Paoltroni, Alejandro Bongiovanni, Ramiro Marra, José Guillermo Godoy, Andrés Besedovsky y Ramón Muerza.

Desde la Casa Rosada se mira el proceso venezolano con razonable preocupación. Maduro ha elegido al ecuatoriano Daniel Noboa y, sobre todo, a Javier Milei, como los enemigos máximos de su autocracia. Milei fue calificado por el dictador como “malparido nazi-fascista”. Las autoridades argentinas temen que ese hostigamiento impulse acciones físicas si el domingo llega a haber una batahola, derivada de una controversia sobre el resultado. La embajada argentina en Caracas es la única que alberga a asilados políticos a los que se negó el salvoconducto para salir del país. El gobierno de Venezuela limitó la seguridad en esa sede a un solo agente de policía. El secretario de Estrategia Nacional, José Luis Vila, que depende del jefe de Gabinete, Guillermo Francos, está coordinando en estos días a funcionarios de Cancillería, Seguridad, Inteligencia y Defensa para prevenir incidentes la noche del escrutinio.

¿Puede haber fraude? Hay innumerables indicios de que sí. El más reciente es el retiro de la invitación a Alberto Fernández por la posibilidad de que pueda sugerir que los procedimientos fueron amañados. Por supuesto, hay otras pruebas. No sólo se utilizó, como de costumbre, al Consejo Nacional Electoral para anular candidaturas e invalidar boletas de votación. A mediados de junio, The New York Times publicó un largo informe sobre las hostilidades a que fueron sometidos los comerciantes que vendían alimentos a los militantes de la oposición durante la campaña. Es un nerviosismo comprensible. En varias oportunidades se filtraron imágenes de Maduro quejándose por la falta de concurrencia en sus actos proselitistas. Y el cierre de la campaña, ayer, en la Avenida Tejera, de Valencia, fue modesto: hubo que disimular la falta de participantes colocando el palco en la mitad del trayecto previsto para la concentración.

El 5 de julio, durante la celebración del día de la Independencia venezolana, Maduro prometió a los militares que no entregara el bastón de mando. Observadores independientes que siguen de cerca el proceso electoral, creen que puede encontrar inconvenientes para cumplir esa promesa. Si el éxito de González Urrutia es muy contundente, opinan, no habrá fraude que alcance.

La encrucijada venezolana está instalada sobre un problema principal: ¿cómo lograr que acepte la derrota un grupo de jerarcas que, si lo hace, tiene garantizada la prisión? Maduro y varios de sus colaboradores son investigados en la Corte Penal Internacional de La Haya por la comisión de crímenes de lesa humanidad. En los Estados Unidos ofrecen una recompensa de 15 millones de dólares por la información que permita capturar al dictador.

Existe un consenso bastante generalizado acerca de que es imposible soñar con una transición a la democracia en Venezuela sin un pacto político que ofrezca un balance de penalización e impunidad. Esa negociación se ensayó varias veces. Y siempre se frustró. La última oportunidad tuvo lugar en Qatar, esa especie de Suiza de Medio Oriente que ofrece garantías a Maduro, tal vez por su relación amigable con los iraníes. Del otro lado de la mesa estuvieron los norteamericanos. En las vísperas de la última Navidad hubo liberaciones simultáneas. Caracas abrió las puertas de la cárcel para 28 detenidos, 10 estadounidenses y 18 venezolanos. Washington le quitó las esposas a Alex Saab. Nada menos que el testaferro de Maduro. Esas tratativas se interrumpieron cuando el régimen proscribió a María Corina Machado. Pero se reiniciaron a comienzos de este mes, cuando Washington advirtió la posibilidad de que el régimen sea derrotado.

La agenda de negociación es compleja. Debe incluir a los militares, que han sido contaminados por las corruptelas del chavismo, sobre todo en negocios como la minería, el contrabando y, tal vez, el narcotráfico. La posibilidad de que un nuevo gobierno se sostenga requiere desactivar una desestabilización armada. Hace falta discutir los términos de un pacto institucional: aunque el domingo Maduro reconozca la derrota, su fuerza seguirá dominando la Asamblea Nacional. Además, la entrega del poder será el próximo 10 de enero. Hay que atravesar ese desierto. En una penumbra paralela habrá otra discusión: allí estarán los testaferros.

En estas transacciones van a ser importantes algunos actores internacionales. España, cuyo presidente, Pedro Sánchez, está asociado a Rodríguez Zapatero. También Francia es indispensable, ya que nunca apostó a un aislamiento total de la dictadura. No debería sorprender que mañana, cuando se encuentre con Emmanuel Macron, Milei reciba algún mensaje sobre esta peripecia. La agresividad de Maduro hacia Milei otorga a la posición argentina un peso especial en el momento de admitir una justicia transicional, a la colombiana. Por supuesto, Brasil y Colombia son cruciales para cualquier solución.

El rol determinante será ejercido por los Estados Unidos. La inevitabilidad del triunfo de Donald Trump, aunque todavía sea conjetural, y la retirada de Joe Biden de la carrera, influyen en la jugada venezolana. Es posible que Maduro quiera acelerar un acuerdo con el debilitado Biden, antes que aguardar la llegada de los agresivos republicanos. Hay que recordar que Trump soñó, en su momento, en invadir Venezuela. Pero nada es tan lineal. La semana pasada, Elliott Abrams, que fue el diplomático al que el gobierno republicano encargó dialogar con el chavismo, propuso que, si Maduro reconoce la derrota, se le extienda una amnistía.

En Washington, como en muchas otras capitales, entienden que la democratización venezolana es un imperativo para la estabilidad regional. Por los alineamientos geopolíticos del chavismo y por la expulsión de población que produce su penuria crónica. Por eso no hay protagonista alguno de este drama que no esté dispuesto a suministrar a los cabecillas de la dictadura un monto de impunidad. Aún así, la cuestión no es tan sencilla. Las entrañas del chavismo pueden entrar en convulsión por la agria disputa entre quienes se salvan y quienes deberán ser castigados, sin remedio. Un conflicto mezquino y vergonzoso por el tamaño de una patibularia “arca de Noé”.